Camacho
Dejemos atrás la Alameda con sus tamarindos, y sigamos hacia arriba por la calle de San José . En el edificio donde hoy se halla instalado el Centro de Telégrafos se estableció antes el «Hotel Camacho». Su simpático dueño era mi buen amigo y compadre (él llamaba compadre a todo el mundo) don Luis Camacho, a quien todos recordamos con simpatía.
Don Luis, de nacionalidad portuguesa, era un barbián de cuerpo entero, y un entusiasta de nuestro país, que consideraba como el suyo propio. De ahí aquella frase suya, cuando sufría alguna decepción o ingratitud, que no fueron pocas: «Yo, que hasta les he enseñado a comer pescado con cubierto»…
Efectivamente — en eso no habla duda—en ningún hotel anterior al de Camacho se conocía en aquella época el cubierto para trinchar el pescado. La costumbre cundió, y hoy hasta el más modesto tinerfeño es un refinado «gourmet».
Nuestro amigo no pudo hablar con corrección el español, ni esto le preocupó gran cosa; la mala pronunciación, unida a algunas palabras portuguesas que por su similitud unía a las españolas, daban por resultado un potaje hispano-lusitano, que no tenía desperdicio.
Recuerdo que unos amigos que guardaban a don Luis un verdadero afecto, fueron al Hotel Tacoronte, recien inaugurado al público, e idearon hacerle algo que le fuera agradable. La ocurrencia consistía en unas letras de cartón , como de unos quince centímetros , que, colocadas en orden, dijeran: «Hotel Camacho». Estas letras se las trabaron en la parte posterior del pantalón , cubiertas con la americana.
Con la anterioridad consiguiente se habían llevado a cabo los ejercicios o ensayos para el momento de la llegada a Tacoronte. Debo hacer constar que se hicieron varias pruebas en la serventía contigua al Café de Bernardo Perera, seguidas de un buen consumo de patatas fricas y cerveza, hasta el punto de que, cuando se terminaron los ensayos, el bueno de Bernardo decía con sorna: «Debieran inventar otra bromita por el estilo.»
El amigo que mandaba la «fuerza» era el simpático Pepe Martín Neda, con unas voces de mando que dejaban atrás al gran Napoleón. Las voces eran las siguientes:
- Primera voz.—¡Alinear! Obedeciendo a esta orden, todos los números, mejor dicho, las letras, se ponían ordenadamente en fila.
- Segunda voz.—¡Guardar distancias, mar! A ésta voz se corrían hacia la izquierda hasta ponerse cada letra o persona en su sitio correspondiente.
- Tercera voz.—¡Suban saco, mar!—, A esta voz se subían a un tiempo todas las americanas, hasta la cintura.
- Cuarta y última.—¡Viento en popa! Casi que no necesita explicación esta voz, pero consistía en doblar el cuerpo hacia delante por la cintura y presentar el posterior como para recibir, algún azote.
Estos militares «de Caracas» se colocaron previamente en la orilla de la carretera, dando espaldas al hotel. Después del consiguiente último ensayo, se trajo al bueno de don Luis a una de las ventanas y quedó sorprendido al ver aquellos veteranos y apuestos soldados.
Ejecutadas con toda precisión las cuatro voces de mando, el simpático don Luis no cesaba de aplaudir, e hizo repetir la suerte distintas veces, llamando a todas las personas que se hallaban en el hotel, que no eran pocas, para que presenciaran la broma que le dedicaban sus amigos.
Aquel día fué para don Luis uno de los más memorables de su vida.
Marcos Pérez, seudónimo de D. Blas Gonzáles, publicado en la Prensa 13-03-1932