Fernanda Siliuto.(20/04/1834 – 23/04/1859)
Por Alejandro Carracedo Hernández.
Dedicado a Melecio por indicarme el camino.
No hay en este mundo sosiego para el dolor que me embarga. Tu ausencia, ya prolongada, ha alimentado el mal, el aliento ya no me llega ni para suspirar.
«¿No son libres las aves…? Por qué el hombre
no ha de serlo también?»
Cada tarde, en este balcón al Infierno vivo el martirio de no tenerte a mi lado. Encerrada en vida, si es que esto es vida, esperando tu regreso, soñando con tu sonrisa. ¿Volverás?
«Ley inhumana
que ni aún respeta la cabeza cana
del que se acerca al fin de su vivir;»
Esta tos, que me ladra en la cabeza y mancha de atardecer mis pañuelos, ya no me da cuartel, ni descanso. Me siento débil, todo me pesa, hasta la pluma se rebela contra mí negándose a deslizar sobre el papel. La hermana me ha traído un chocolate caliente que no ha conseguido ni templar mi cuerpo.
«Ley que los mismos hombres han creado
para satisfacer su necio orgullo»
He de dejarte mi amor, volveremos a encontrarnos, yo te esperaré como cada tarde en este Infierno de balcón…
«degradante invención; siglo afamado
¿por qué la esclavitud no has de omitir?»
Para Fernanda Siliuto, nunca amaneció. Su entierro fue de noche, a oscuras, al igual que su vida desde que su primo marchó a hacer las Américas, con la promesa de volver con el dinero necesario para casarse. Dicen que de noche, los jóvenes la acompañaron al cementerio con antorchas. De su tumba, sólo se sabe que está en el cementerio entrando a la derecha. Incluso se habla de que no fue enterrada en sagrado, por lo extraño de su muerte. En su mesilla de noche, un poema, Esclavitud, como buena romántica no entendía más esclavitud, que la del amor.
Esclavitud
¿No son libres las aves…? Por qué el hombre
no ha de serlo también? Ley inhumana
que ni aun respeta la cabeza cana
del acerca al fin de su vivir;
Ley que los mismos hombres han creado
para satisfacer su necio orgullo
degradante invención; siglo afamado
porque la esclavitud no has de omitir?
El opresor a su vasallo dice:
«Trabaja sin cesar de noche y día
si osas no obedecer a la voz mía
que te maten diré sin compasión;
Yo como dueño, mandaré a mi antojo
tú como esclavo servirás callando,
y perdido serás si algún enojo
mostrares del que abriga corazón».
y el triste negro trabajando calla
encerrando su odio cauteloso
que en su pecho infeliz, con furia estalla
y le impulsa con rabia a maldecir.
Y cuando se detiene fatigado
para toma: respiración sediento,
temblando de furor siente sangriento
el afrendoso látigo crujir.
Oprobiosa ignominia..,! ¿No es tu hermano
el que haces padecer y a quién humillas?
¿Crees así elevarte soberano
robándole su fuerza y voluntad?
Un puñado de oro fe hace dueño
de un semejante a ti que cual te encierra
un corazón… ¿por qué en perpetua guerra
le haces vivir muriendo sin piedad?
No son libres las aves… ¿por qué el negro
no ha de serlo también…? Ley inhumana
que no respeta la cabeza anciana
ni la de aquel que empieza sin vivir;
Ley que los hombres viles han creado
dando al olvido lo que Dios dispuso,
olvido criminal… siglo afamado
por qué la esclavitud no has de omitir?
¿Pero que digo yo, aún los que tienen
blanco y terso el color, blando el cabello
opresos gimen doblegando el cuello
cual si de ébano fuese su color?
¿Qué digo yo, si el que consigue alzarse
pisa la pura frente de su hermano
y en su trono infamante al asentarse
hace que le proclame su señor?
Que mucho entonces ¡ay! que el Africano
el Indio y otros mil esclavos gimen
y que tengan por dueño algún tirano
que les baga cumplir su voluntad.
Cuando los que jamás esclavos fueron
hoy como nunca sufren abatidos,
cuantos viven ¡oh Dios! envilecidos
sirviéndoles de escudo su maldad.
Fernanda Siliuto (1859)
A una nube
¡Nube errante, nube errante
que al cruzar en raudo vuelo
tiendes tu velo flotante
sobre el claro azul del cielo!
¡Fueran cual tú las sombrías
nubes que eternas se mecen
en el cielo de mis días
y que mi senda oscurecen!
¡Del sol las rubias quedejas
sólo ocultas un instante,
y para siempre te alejas,
nube errante, nube errante!
Mientras cual fúnebre manto,
cual señal de eterno duelo,
las contemplo con espanto,
siempre flotando en mi cielo.
Cielo en que triste fulgura,
cual sol de la vida mía
la estrella de desenvultura
que llaman Melancolía.
¡Y si levísimos rastros
dejas, ¡oh, nube!, al pasar
y como antes los astros
de nuevo se ven brillar!
Y ¡ay! en mi cielo se placen
esas nubes tristemente…
¡O si se alejan lo hacen
tan lenta, tan lentamente!
Y en el pobre pecho mío,
que suspira por amor
dejan un velo sombrío,
sombrío como el dolor.
Dejan en mí un desaliento
y una congoja, un afán…
que ignoro si es más tormento,
si vienen o si se va.
Por eso, al ver que los cielos
recorres, digo anhelante:
«Fueran como tú mis duelos,
nube errante, nube errante»
Fernanda Siliuto Briganty
La ropa que lleva esta señorita es de los años 20.