En las Cañadas del Teide
Investigaciones históricas, genealógicas y terapéuticas
Al Sr. D. Bernardo Benítez de Lugo y del Hoyo, respetuosamente,
Entre cerros y barrancos bregando vamos camino arriba, peregrinando vamos poco a poco.
Es una tarde de a medidos de Mayo, del Mayo florido, espléndido para investigar cosas del pasado y gozar placidamente.
En esta hermosa tarde, contemplamos las diseminadas chozas lejanas, palacios de nuestros forzudos magos, opacas, bajo el tenue brillar de sus hogueras ardientes interiores y de amortiguado fuego, que se ocultan envueltas por aquel humear constante.
Campos y lomas, montañas y bosques, contemplamos atónitos — gratos el mirar—; luce desde aquella oscura hondonada, la silueta del colosal Teide en reflejos y sombras purpúreas preñado; desde este otro cerro, henchido en torbellinos de gasas que le ofrende el húmedo ambiente y en la quietud majestuosa le vislumbramos todo estático, todo sereno.
Es él el mismo pico, el mismo Teide, el propio gigante de cabellos plata que nos dice: «Yo soy y heme aquí.»
Por cerros y barrancos vamos peregrinando con la idea fija hasta llegar a tocar la cúspide de aquella famosa pirámide…
Y ya nos encontramos en las Cañadas. La brisa sutil, lánguida, llega y a nuestros rostros besa cariñosamente. Viene perfumada, trae olores de flor de retama[1] y jugueteando nos besa y sigue besándonos…
El mar manso en esta tarde, se siente cantador de endechas ruborosas; cobijado en la sombra que proyecta sobre su azul, el de los cabellos plata, o sea «el monte nivariano», cierra—cual si fuese una trasnochadora dama—sus macilentos párpados, para descansar vestido de blancos ropajes sobre las playas isleñas.
Cesa la canción y el mar se duerme, las playas le invitan a dormir… Ya se apaga la luz solar. Viene la noche, y acallado el concierto diurno que la música del pájaro azul[2] en aquellas soledades tanto embelesa, ya sólo se oye el sutil sonido de las esquilas de los ganados que patean en dirección a sus echaderos y el golpear de la lanza del pastor Isidro.
Bajo los retamares, aguarda el peregrino hasta que venga la nueva mañana, mientras el pastor de los caprinos teideanos- rebaños, vela su sueño arrullador por un murmullo de salmodia balbuceante y agreste, que dulcifica en su alma el latente palpitar de su cuerpo, el cansancio y cinesalgia.
Despierta el investigador caminante y es media noche. El pastor Isidro le invita para que, al nacer la risueña aurora, visite «La Cueva del Hielo», —«EL BAÑO DE FUNES»—, y narrando en amena charla la historieta que en la mente noventona verdegueaba, pudo aquel observador saborearle y, reteniéndola, la transcribe en esta forma:
I
Después de pacificada esta isla, el general Lugo, con licencia real, dio como y mejor le cupo a sus soldados y a ciertos y determinados Insulares, los terrenos y aguas indispensables para conseguir el manducar cotidiano y sacar de ellos el partido mejor que pudieran; Por cierto que se dice que este general fue más conocido en el país por don Quijada Rota, que por el muy magnífico señor Adelantado, como le mentaban en los papeles del Cabildo Justicia y Regimiento que obran en la secretarla municipal de la ciudad de La Laguna.
Uno de estos agraciados, lo fue un tal Diego de Funes, tal vez progenitor del precoz pianista Manolito que hoy brilla por su arte en tierras de Afuera, allá muy lejos, en tierras lejanas.
Diego de Funes, (Bachiller en Medicina), obtuvo en la Orotava 12 caires de tierra arriba de «La Sierra del Agua» y las permutó por otras con Juan Navarro[3] a más, 40 fas. en Geneto, que dicen las ocupaba Jorge Sánchez y María de las Hijas y de la mitad de ellas hizo donación al Licenciado Cristóbal de la Cobar.
[4]Fue su mujer, Francisca Xinemez de Roxas y durante el matrimonio, procrearon los hijos que a continuación se expresen: Maria di Funes, que testó ante Juan Gutiérrez de Arroyo en 6 de Febrero de 1593; doña Beatriz de Funes, Violante de Roxas, mujer de Juan de Móntesa; Don Melchor Baltasar de Funes, quien vendió bienes a Juan Fernández Lozano, por ante Juan Benítez Suazo, en 1594 y testó ante Tomás de Palenzuela y doña Isabel que murió soltera y otorgó su testamento en 1578 ante el escribano Juan Nuñez Jaimes, de quién parece fue su familiar el Licenciado Pedro Pérez Romero, abogado de la Real Audiencia de estas islas, personero general de Tenerife en 1586.
Casó este abogado con doña Bárbola de Céspedes, hija natural de Diego Yanes de Céspedes, continuo de la Cámara de S. M., viudo de doña Francisca del Hoyo, cuyos padres los fueron: Hernando del Hoyo. Caballero de la Espuela Dorada, y doña Maria de Abarca. La doña Bárbala, dio a sus hermanos, Diego y Francisco la posesión real de los tributos que poseía ante Juan Benítez Suazo en 1578[5] y en unión de su esposo, otorgáronle a Antonio de Roxas poder como heredero de Baltasar de Funes ente Bartolomé de Babrexas, escribano publico de La Laguna el año de 1606[6]. En este mismo año y actuante, pasó la transacción de tierras y otros bienes con el propio Antonio de Roxas y en el de 1638, el testamento de una Francisca de Funes protocolado en el oficio de Antonio Alonso Argüelles.
Cuatro fueron los hijos del Licenciado Pérez Romero y de su consorte doña Bárbola:
1º don José Romero de Céspedes, 2º don Joaquín Romero. Ve. Beneficiado dela Iglesiade Nuestra Señora dela ConcepcióndeLa Lagunapor los años de 1622 al 39, 3º doña Juana Romero, consorte del capitán Francisco de Porras Sarmiento, hijo de Lucas y de Leonor, con dote en 1599 y aprobación del mismo ante Gutiérrez el año de 1617 y 4º, el capitán don Rafael Romero, marido de doña María de Fresneda y Alarcón, hija del capitán don Pedro de Fresneda y de doña María de Alarcón y Peña, nieta materna del general dela Armadade Bervería y regidor de la isla de San Miguel dela Palma, don Luis Orozco de Santa Cruz y de doña Leonor dela Peñay Alarcón. De este don Rafael y doña María nacieron: doña Juana, doña Rafaela y el capitán don Pedro Romero y Fresneda, Alcaide del Castillo de San Juan de Santa Cruz de Tenerife y Regidor del Cabildo insular durante el año da 1669 y en el de 1673.
II
El mentado Bachiller en Medicina Funes, en su tiempo fue el primero de los patricios tinerfeños, que soñaron en su porvenir, en una fuente de riqueza, en un búcaro de abundancia para esta isla, supuesto que como condueño del Pico de Teide—, por compra hecha a Diego e Inés de Mesa, en 31 de Octubre de 1548[7] en cuyo documento se dice que su hermano Lope de Mesa le vendió la otra parte a Francisco de Mesa en el de 1537[8] —, trató de explotar la mina de azufre que contiene el cráter de este famoso volcán, reducida a 300 pies de diámetro, por 100 de profundidad[9].
Arriba, al pie del pico, aún se conservan las ruinas de un horno que antes llamaban «de Funes», dentro del que, con frecuencia, apañamos los ganados, sirviéndoles de amplio Cabuco y en derredor del cual nace, toda lozana, la inocente violeta[10] la que tanto le agrada contemplar el curioso excursionista que anualmente pasa por aquí.
El negocio del azufre no le dio resultado al Bachiller; éste emprendió seguidamente el de la saca de piedra de pómez que fue también un fracaso que contribuyó a acelerar el mal que padecía, con este nuevo revés de fortuna.
Es fama que el tal Funes, sufría de la enfermedad la lepra elefanciaca, y que sanó totalmente, tomando semanal un baño en «La Cueva del Hielo», a más espolvoreándose con azufre y bebiendo de quince a quince días, una dosis de polvos hechos de la raíz de la violeta del Pico con un poco de vino blanco añejo, permaneciendo en estas Cañadas largo espacio de tiempo y gozando de estos aires y de sol, que tanto fortalece a nuestros cuerpos.
No bien había terminado el pastor Isidro la historia atrás narrada, cuando las cabras blancas le llaman; él se acerca, y después de un largo tiempo, reaparece con una de sus predilectas, de la cual ofrece al caminante un jarro rebosando de espumosa leche, que acepta y le sabe a gloria.
Y era la hora de partir. Los dos vivientes se preparan, emprenden la marcha y, remontando la altura, de un santiamén llegan a «La Cueva del Hielo».
La cabra le seguía al pastor sus pasos, y le seguía haciendo piruetas, dando saltos, dando brincos…
Y estamos en la boca de su entrada. Esta bellísima caverna, solo conserva en su seno aguas, aguas-lágrimas, aguas-plata, aguas-perlas que destila dentro de ella las frescas pupilas, los húmedos cabellos del viejo pero viril y fogoso Echeyde, transformadas allí en heladas y alabastrinas estalactitas que dan un aspecto arquitectónico de palacio encantado, de morada de hadas mitológicas.
Ya la diadema que orlaba los apriscos del orificio de entrada de la célebre Cueva del hielo, colocada al pié de un gran picacho bastante visible para servir de marca, tanto más cuanto que ni la antigua Cruz de madera, ni el árbol Central que de tal servían, existen ya en dicho sitio[11] , solo para bajar a su fondo han puesto los neveros moderna escala, rústica escala de pino, desde cuyos peldaños vemos el interior de aquella alberca recordando que allá fue el medicinal baño del leproso Bachiller médico don Diego de Funes.
Esto, es todo el esmalte digno de mencionar, recogido durante nuestras investigaciones históricas, genealógicas y terapéuticas efectuadas en las Cañadas del Teide, en estos grandes predios valutos, que la natura les tiene reservados para que en tiempos no lejanos sean ellos engrandecimiento y emporio de una positiva riqueza del archipiélago canario.
Pero aún no hemos terminado.
Nuestro regreso al hogar domestico fue tan feliz como la peregrinación científica a las Cañadas.
Ya a solas en nuestro aposento y tomando en consideración la tradicional noticia que nos reveló el pastor isidro, de que los polvos de la violeta del Teide, suministrados en vino, contribuyeron a curar la lepra de que padeció el Bachiller en Medicina Diego de Funes, y de, que ellos pueden ser un eficaz remedió— puesto en práctica por los pacientes—, nos apresuramos a copiar a continuación lo que tal vez ignore el público fue inserto en el periódico médico de Londres titulado “La Lanceta”, debido a la pluma de Daniel Fretio, desde la isla de San Tomás, Febrero 6, da 1835, que tiene mucha relación con lo que anteriormente hemos referido y cuya traducción literal es como sigue:
«Cuichunchulli es una planta indígena de la América del sur y un especifico para la cura de la lepra elefanciaca. Es conocida por el nombre arriba citado de los habitantes del Perú, conforme a una obra titulada «La historia de Quito», escrita por el Abad Velasco, el nombre de la raíz, traducido literalmente, significa «entrañas del marrano de Guinea». El Abad se vio detenido para publicar esta obra en sus días, consecuencia del estado de los asuntos políticos de España en aquellos tiempos; mas después de muerto, calló en manos de un judío (verdugo de Velasco); que la llevó de Italia a Bogotá, y la dio a un señor Modesto Larrea, quien se supone habrá hecho se imprimiese y recogido algún provecho o recompensa que habrá resultado a favor de los naturales beneméritos del Río Bamba».
« El Abad menciona en su obra que esta planta, de filamentos blancos con apenas alguna hoja, crece por debajo de los riscos en puntos fríos y brumales, fuertemente agarrada al suelo. Un judío dice en quien estaba labrando esta enfermedad se vio abandonado de los médicos en la ciudad de Cuenca, después de muy larga asistencia, cuando un judío que había oído hablar de este caso, aconsejó y suministró al enfermo dos adarmes de la planta en polvos dentro de un poco de vino, preparándole contra los efectos tan poderosos de la medicina, que en efecto le purgó y le hizo vomitar copiosamente por espacio de veinte y cuatro horas, y le redujo a un estado de debilidad y enflaquecimiento extremo. Pocos días después, sin embargo de esto, todo el cuero de su cuerpo cayó en pedazos grandes y los síntomas del mal desaparecieren completamente».
«Habiendo sido referido este caso por un domiciliado en Quito a un joven médico de Bogotá, en 1826, le vino al instante el recuerdo de una planta que los habitantes de Popaya llamaban Cuichunchulli, muy parecida a la violeta, y la que los doctores allí tenían costumbre de suministrar a los niños que habían sido lactados por las madres o nodrizas en estado de preñez. No hay duda que es la misma planta que Velasco recibió de Popaya y suministraba a los enfermos tocados de la lepra elefanciaca principiando por pequeñas dosis y aumentándolas gradualmente hasta treinta gramos. Una mujer del mismo mal, hizo ensayar este remedio y los resultados fueron la desaparición completa de algunas de las ronchas y «una considerable minoración en las demás. Las ulceras, así mismo, se mejoraron bastante; mas, no pudo obtener jamás una cura radical; si esto debe atribuirse a poca cantidad que tomó o a la persona que le asistía que dejó de suministrárselo debidamente, no sabemos.La Cuichunchulli, pertenece a la clase de las rubiáceas del género viola, muy parecida a la hipecacuana».
Y vamos a terminar este trabajo de investigaciones, en el que hemos expuesto al público las excelencias que nos brindan las Cañadas, las súper climatológicas llanuras que en el mundo no tienen rival, no pudiendo pasar desapercibidos, sin hacer un recordatorio a las entidades o Corporaciones constituidas y a cuantas personas de valía conserven amor a las cosas patrias, a fin de que muevan y recaben con toda urgencia del paralítico Gobierno de la nación, sea presupuestada la total cantidad para la carretera de Orotava a Vilaflor, y el ramal imprescindible que pueda enlazarse con la del Teide; sea declarado este volcán activo y sus alrededores, Parque nacional, y se fabrique el Sanatorio en embrión, incluyendo en el estudio del mismo un pabellón para elefanciacos.
En esto estriba el porvenir de nuestra isla, tesoro que aún está por explotar, filón de oro con el cual puede desarrollarse y tener base firme el cacareado turismo canariólogo.
Francisco P. Montes de Oca y García publicado el 31 de abril de 1922
- Genistha Canariensis
- Fringilla Teydea (pinzón azul del Teide)
- Libro 4º original de datas, cuaderno 4, foja 40; cuaderno 11, fojas 3 y 4; Libro 1º por testimonios, fojas, 180, 225, 269, 348, 358, 370 y 270.
- Año de 1533, folio 436
- Folio 347
- Folio 213
- Ante el E. p. Rui García Estrada
- Idem el ídem Diego Doniz
- Tom. IIº del Diccionario enciclopédico de la lengua Española ordenado por D. Nemesio Fernández Cuesta: Madrid 1867
- Viola Cheinvantifolia descubierta el 26 de Agosto de 1724 por P. Feuillée.
- «A través de Islas Canarias», por don Cipriano de Arribas y Sánchez pagina 111