Mi cantiga a un viejo rey
El ARBOL SANTO
¡Oh Terebinto! Eres el árbol de la noble estirpe bimbachina. El divino manantial de la peña de ensueños y leyendas milenarias, el de poéticas concejal, el que nacido en ¡a patria de Armiche, con tu néctar, apagarias en hora de angustia la sed a sus solitarios súbditos y luego… el prisionero principe Angerón, dándote a conocer a los hispanos conquistadores, a los que turbaron el reposo y la paz del solar de tu natalicio, por tan benéfica causa, titulándote ÁRBOL SANTO.
Parte de tu anciano tronco, tal-vez fuese convertido por promición divina, después de muerta la savia que te vivificara, en efigie sagrada; en estatua de la madre de Dios, de la Virgen y Señora de los Reyes, en el austero retrato que, en aquellos pasados tiempos de bienaventuranzas, luciría radiante hermosura entre las auras milagrosas, quedas y adormitadas, sobre el continuo goteo de tus preciadas lágrimas, sobre tus perfumadas aguas, o bien de tarde en tarde cubriendo cual manto celestial la Alberca Tesoro de ellas, en la piscina salutífera que baña el terruño amado que la tradición rememora y evoca mi sima enamorada por vez primera «EL SEPULCRO DE GAROE».
Francisco P. Montes de Oca García
Puerto de la Cruz, Noviembre 1921.