EN LA CAVERNA DE UN DRAGO (Leyenda guanche)
Para mi entrañable amigo
Cándido Hernández Rodríguez
(F. Raimundo), portuense que vale
I
Parece ser que en Tamaide, vivían dos encantadoras princesas las que nacieron con cabellos de oro y a los que el Magec les llego a temer.
Ramagua y Dacila tenían por nombres las tales princesas de los cabellos de oro, hadas envidiadas a quienes su madre amaba con frenesí.
En aquellos cabellos, Hañagua, trenzas tejía de noche y día, adornándolos con finos collarcillos de conchas marinas muy graciosamente combinados. ¡Cuan enamorada estaba la reina, de los cabellos de oro de sus hijas!
A Hañagua, se le había transtornado el juicio; ella no pensaba sino en tejar las trenzas de noche, y trenzas de día, muchas trenzas a Ramagua y a su Dacila…
Hañagua cantaba y gritaba a solas: ¿Cabellos de oro? ¡Oh! me enamoran…¡Ramagua !¡Dacila….
Nuestras trenzas son del Alcorahán… en luz, en días, una pupila… A tamaña grandeza e maravilla tan sin igual todo el pueblo taorino le ponderaba. Los cabellos de oro, eran la fecunda inspiración de los vardos y las mayores y encantadoras maguas de las púdicas sacerdotizas, prisioneras en el Alfalibor. Por los cabellos de oro, hubo en Taoro algaradas serias, muchas y ruidosas disputas y algunos torneos fuera del Tagoror.
Por la dicha de obtener las trenzas de las princesas, dieron fin a sus días gallardos mancebos…,
¡Ramagua.! ¡Dacila….!
vuestros cabellos de oro me enamoran…
son luz y días de una pupila
que del Alcórahan atezoran.
II
El padre de aquellas deidades, lo era el mencey y señor del valle, el dueño del Jardín de Arautapala donde el viento había plantado «El árbol de la sangre» También era el propietario del palacio de Tamaide en el que moraban las princesillas, su esposa Hañagua y un gran número de cortesanos.
Este mencey, vivía para la patria y solamente se esforzaba en proporcionar el bien a sus súbditos, sin detenerse ni preocuparse en admirar, de los pedazos de su corazón, los entrenzados cabellos de oro, los fulgentes cabellos, que el Magec mismo les temía a aquellos dorados hilos, que trastornaron el cerebro de Hañagua tan locamente; en fin, las trenzas bellas y alabadas incesantemente en la jurisdicción de su poderío terrenal.
Y la leyenda conservada entre los campesinos del pago de Heija nos habla lo propio que la de Chichirá:
«Junto al jardín del mencey
años mil y en tiempo añejo,
para enseñarnos la ley
el viento en él, plantó un drago.
A este árbol, «Centinela
y guardador de secretos»,
los guanches, con gran cautela,
le ofrecieron sus respetos.
III
Todas las mañanas al salir el Magec las princesas paseaban, bordeando el anden del verde barranco de Pinito o bien a la diestra, en el otro llamado fuanábana, por donde se extendía la asequia vieja de los guanches.
Las gentes, a su paso, deshojaban flores y cubrían las sendas que las princesas hollaban tenuemente con sus plantas diminutas, ocultas dentro de majos provistos de guaicas, tan albos como las nieves del Echeyde…
Y sigue la leyenda higalense:
«Un día, el rey de Taoro
(él padre de dos princesas
con los Cabellos de oro)
ordenó del drago quitar cortezas,
Por el guanaben agorero,
en aquel árbol se abrió
una caverna, ¡agujero,
donde a las princesas metió!
IV
Ya la madre de las princesas había dejado de existir; las trenzas desordenadas un tanto, yacían sueltas, cubriendo las espaldas en señal de luto.
En esta linda postura, aquellas deidades poseedoras de los codiciados cabellos, se mostraban más interesantes.
Cierto día de Abril, con asombro de la corte, y por haberse dado cuenta el mencey, se presentó apresurado en la estancia real, el agorero Guañabén (llamado por S. M.) a quien fue consultada la manera de hacer variar de color los cabello» de las princesillas.
El viejo pronosticador y sabio alquimista meditó, y luego, alegremente, dijo al monarca:
—¿V. M. estáis solo?
—Si, si Guañabén—repuso el dueño absoluto de vidas y haciendas.
—Pues… abrid en el tronco del anciano drago de vuestro jardín, una gran concavidad, y luego… luego, presto, mandad a las princesas pernocten dentro, en su fonda, dos noches con dos días, y al tercero…, si, al tercero, tan pronto el Magec salga, veréis que los cabellos de oro ya habrán variado de color.
Y Guañabén fue despedido, y el mencey, retirado en su estancia, determino la forma que mejor creyó se socábase el Árbol sagrado.
Con la sabia de este árbol
por goteros muy constantes
se pintaron de arrebol
las trenzas de oro—ondulantes
y así pudo el rey Benchomo
confundir a los causantes
de motines, y con aplomo
conjurar las apremiantes.
V
Vemos ya que el tronco del grueso drago fue socabado, y que las princesas dentro de él se encerraron silenciosamente. Fueron tapiadas en la caverna de las transformaciones milagrosas…
Guañabén permaneció de vela todo el tiempo que duró el cautiverio de las hadas sobre la plana laja que como Ara sostenía el árbol legendario.
El árbol derramaba gotas de sangre, manchando los cabellos de las princesas, durante el plazo que había profetizado el agorero, pero aún faltaba la anciosa salida del astro rey.
Por fin vino la apetecida mañana, más… ¿y el Magec?— ¿el Magec, donde se detenía, que no presentaba su cara al Valle?
La salida del Magec todos los taurinos la anunciaban. Grandes nubarrones negruscos, ocultaban el naciente del “Calentador de las nieves”, del “Monarca de los rayos luminosos”, de aquel que a las fértiles tierras del Valle hacía germinar millares de plantas.
Las aguas del cielo caían a torrentes, cuando opacamente apareció sobre les crestas del cerro Chichimani el Magec tan deseado.
Pronto desapareció y aun creía existiesen de las princesas, los cabellos de oro; aun les temía y por ello se ocultaba el Magec.
Mazas de gente se habían reunido en el jardín del anciano milenario para conocer y adivinar las misteriosas habilidades del agorero.
¡Cuanta sorpresa! ¡Cuanta ingenuidad!
Y la lluvia cesó de caer, y el pueblo rodeó el tronco del árbol; entonces el mencey dirigiose a la caverna, destapió a sus hijas y mostrándoles a aquel. Con las trenzas transformadas en cabelleras sanguinolentas, aterrada, elevo al altísimo chaman ferviente plegaria de arrepentimiento, plegaria sublime. Luego el Magec volvió a calentar las doradas mieses ya en él había desaparecido el temor a los que fueran cabellos de oro, y un rumor lejano que el viento atraía, dio a conocer a los congregados que tristemente lloraban, Ramagua y Dacila, juntas al herido DRAGO DE ARAUTAPALA, que también seguía llorando, seguía desgotando su sabia, su vida paulatinamente, y sin haber un ser que le prestase auxilio, que le consolase.
EPILOGO
En la caverna de aquel árbol, terminó la envidia de los hombres, suceso que fue contado de generación en generación, para ejemplo y como única apoteosis donde se encierra la moraleja de esta leyenda ejemplar, cuando finaliza el romance trascripto.
Más… pronto, todo concluyó,
viendo los guanches por suerte,
sabio ejemplo; su rey probó
que “Oro en sangre se convierte”.
El Barón de IMOBACH
Rambla de Castro, Abril, 1922