Memorias de la desmemoria. La Blanca Paloma.
Cuando era chica, allá por los años 40, vivía muy cerca de la entrada de Valle Tabares, en la calle del Cuerno. Pasábamos mucha hambre, en casa éramos 12 hermanos, y pesar de las miserias, todos llegamos a mayores.
De pequeña, con apenas 10 años, bajábamos caminando o colados en el tranvía al negocio donde trabajaba mi tía Inocencia. Ella estaba bien colocada, y no lo ganaba mal, mi hermano Miguel solía pasar a pedirle dinero y algo de comida. A veces mi tía estaba durmiendo, se levantaba tarde, pero la chica de servicio nos ponía de comer, yo aprovechaba para entrar a la cocina y comer todo lo que podía, disfrutando de cada bocado como si fuera el primero que comía en mi vida.
Por la cocina pasaban las empleadas de mi tía, ella era la jefa, y me encantaban sus bellas batas, aunque siempre me sorprendía como asomaban sus cuerpos por los botones mal o poco abrochados. Me parecían todas bellísimas, y tenían muchos admiradores.
Algunas veces mi tía hablaba de que fulanito o menganito, tenía enfermedad de mujeres, y yo entendía que cualquiera enfermara de amor por ellas, siempre tan solícitas y amables.
Después regresábamos a casa, intentando colarnos en el tranvía, si nos pillaban, normalmente cogían a mi hermano, esperábamos al siguiente tranvía y nos reuníamos en Lola Yanes para no ir solos a casa.
Con el tiempo, descubría que mi tía era Madame en la Blanca Paloma, un burdel situado en la antigua calle del Humo en un local que pertenecía a una orden religiosa; y que las enfermedades de mujeres, de la que murieron muchos hijos de aquellas bellas mujeres en el psiquiátrico, no era el mal de amores que yo pensaba.