Un paseo por San Juan de la Rambla
por Melchor Padilla
Más allá del farallón rocoso de Tigaiga, una vez abandonado el Valle de la Orotava, entramos en San Juan de La Rambla. En su término municipal hay varios núcleos de población que se distribuyen en dos zonas bien delimitadas por la orografía: una parte alta donde están los barrios de San José o Los Quevedos y una zona costera donde se encuentran Las Aguas y el casco histórico que da nombre al municipio.
En este último lugar, a la sombra del risco del Masapé, en un rectángulo formado por las calles de Antonio Oramas, La Ladera, avenida de José Antonio y la plaza de la iglesia de San Juan Bautista encontramos uno de los conjuntos patrimoniales más hermosos de la isla de Tenerife. En sus calles, apacibles y tranquilas, podemos contemplar las viejas casonas de grandes familias rambleras como la de los Oramas Quevedo, la de los López Oramas, la de Pérez Montañés o la de Castro. El casco histórico de la villa fue declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de conjunto histórico, en 1993. Fuera de esta zona son de gran interés el cementerio, El Calvario o la Ermita de la Cruz.
Tras la conquista de la isla se repartieron las tierras entre los conquistadores, otorgándose algunas a aborígenes grancanarios que habían participado a favor de los castellanos. La fundación de la Villa de San Juan de la Rambla se atribuye al portugués Martín Rodríguez, que mandó levantar en 1530 la ermita de San Juan del Malpaís, actual iglesia de San Juan Bautista. Desde el primer momento destacó el cultivo de la vid que producía, según autores de la época, el mejor malvasía de la isla. Un rasgo a señalar es la importancia que tuvo desde el siglo XVII la emigración hacia América, donde según el profesor Manuel Hernández «gana su subsistencia una parte considerable de sus vecinos y donde su élite local adquiere los caudales necesarios para consolidarse». En 1779, el 41% de los varones mayores de 16 años del casco estaba en América.
En la calle de la Alhóndiga, en la pared lateral de la casa parroquial, podemos distinguir un letrero de caligrafía antigua que nos sirve de recordatorio de una de las catástrofes naturales más importantes de la historia de la isla. El día 7 de noviembre de 1826 cayó sobre Tenerife una enorme tromba de agua que ocasionó un total de 243 victimas mortales. Aunque los municipios más castigados fueron La Orotava (104 muertos) y La Guancha (52), también se vio afectada la villa de San Juan de la Rambla.
El cura beneficiado de la iglesia del Realejo Alto, don Antonio Santiago Barrios cuenta que «este pueblo fue uno de los que más sufrieron en el aluvión de la noche del siete al ocho de noviembre. Antes de esta desgraciada noche era este pueblo, aunque pequeño, muy hermoso, y sus habitantes se habían esmerado en su aseo y presentaba un golpe de vista muy agradable; tenía un puente regular a la entrada de la plaza de la parroquia, por la parte del naciente de ésta; sus calles estaban muy bien empedradas, y todo él. El aspecto público estaba con el mayor aseo; mas, la noche del aluvión quedó todo arrasado como así su Ayuntamiento».
En la actualidad el casco histórico de San Juan de la Rambla sufre los problemas inherentes a la conservación de los bienes patrimoniales. Algunas de las casas muestran señales inequívocas de abandono y el sempiterno cableado aéreo de telefonía y electricidad afea rincones que serían muy hermosos. Además, sorprende encontrar en el viario local nombres pertenecientes al pasado franquista. No nos parece de recibo que aún hoy en día aparezcan calles dedicadas a José Antonio o Calvo Sotelo.
No obstante, quizá el golpe más grave que ha recibido el casco histórico en los últimos años ha sido el traslado de la sede del Ayuntamiento hacia el barrio de San José. Al margen de aspectos políticos o administrativos, desde el punto de vista de la conservación del patrimonio desposeer a los centros históricos de las ciudades o pueblos de cualquiera de sus funciones (políticas, administrativas o comerciales) no ayuda en absoluto a su conservación, pues se vacían de contenido y se sitúan en mayor riesgo de deterioro y abandono.
Pese a todos los problemas señalados, pasear lentamente por sus calles silenciosas, saludando a los pocos vecinos que se nos cruzan y respirando un aire que parece detenido en el tiempo, convierten a este rincón en uno de los más hermosos de Tenerife.