Las ruinas del Balneario
por Charo Borges
Cuando una pasa, casi a diario y a lo largo de los últimos años, por delante de lo que queda de las fachadas del antiguo Balneario de Santa Cruz y de la Residencia de Educación y Descanso José Miguel Delgado Rizo, no le queda otro remedio que asociarlas a una época estupenda de su infancia y juventud.
Cuando una pasa por lo que queda de la zona posterior de ambos edificios, de manera extraordinaria y para sacar fotos de las mismas, no le queda otro remedio que sentir mucha tristeza y desolación ante el espectáculo sobrecogedor al que se ha dejado que llegue una de las joyas del ocio de gentes canarias, peninsulares e internacionales.
Lo descubrí hace un par de meses y la visión de aquellas ruinas me encogió el corazón y me impactó desagradablemente. Me costó asimilar lo que estaba viendo, porque nunca pensé que aquel emblemático Balneario al que a diario acudíamos cientos de usuarios de la época, para pasar una jornada de feliz asueto, estuviera en un estado de abandono y ruina tan deplorable. En aquella ocasión, no pude sacar fotos y, con la decisión firme de hacerlas públicas, volví hace pocos días para tomarlas.
En una y otra ocasión, me resultó muy extraño ver lo que queda de todo aquel recinto, engullido y rodeado por el asfalto, por los vehículos que circulan por la Vía de Servicio del Puerto y por una gasolinera y sus instalaciones accesorias. Me faltaba algo fundamental en mis recuerdos, necesitaba rescatar la visión del Balneario y su Residencia con su playa de callaos y el mar batiendo suavemente contra ellos. Por contra, me pareció estar contemplando una maqueta gigante, con signos similares a los de un bombardeo, en medio de un paisaje deshumanizado y tecnificado.
Ese mar que echo en falta fue empujado, hacia afuera, a la fuerza. Alejado todo lo que se consideró necesario, con la ayuda de toneladas y toneladas de relleno, hormigón y asfalto, para construir la enorme explanada que, desde los primeros 90, ocupa la prolongación del puerto de la capital y llega hasta la dársena pesquera que finaliza muy cerca de San Andrés. Una explanada llena de pilas amontonadas de contenedores, además de algunas edificaciones portuarias y que, entre todos, han fabricado un auténtico muro que no permite, siquiera, la vista de ese mar empujado. Hecho este prólogo de nostalgias y sensaciones, pasemos a justificar, con datos, lo que para algunos puede resultar una exageración: que la Residencia y el Balneario fueron una de las joyas del ocio local, peninsular e internacional, teniendo como referente su primera década de existencia.
Entre Julio y Septiembre, de los años 50, una media de 700 personas distribuidas en turnos de diez o quince días, disfrutaban de alojamiento y pensión completa en las instalaciones de aquella residencia modélica, a la orilla del mar. Los precios eran muy asequibles, para los trabajadores de entonces. En los turnos familiares, cada componente pagaba diez pesetas por día, y en los individuales, quince. La capacidad de la Residencia era de algo más de un centenar de plazas individuales y en torno a las noventa familiares. La vida allí era de total libertad, respetándose los horarios para las comidas y para el cierre de la instalación, que era a la una de la madrugada. En las tardes-noches, se celebraban juegos, concursos y bailes, para chicos y mayores y, cada turno, disfrutaba de dos excursiones a distintos puntos de la isla. El tiempo de estancia se clausuraba con una animada fiesta protagonizada por los propios residentes y en la que se hacía entrega de regalos y diplomas a los que habían participado en las distintas actividades celebradas. El uso de las instalaciones del Balneario era independiente y, si se accedía a él, la entrada les costaba la mitad que a los no residentes.
El período veraniego estaba reservado para los trabajadores sindicados que, con o sin familia, residían en nuestras islas, pero, por parte de los responsables de la Organización Sindical de la que dependía la Residencia, se hacían gestiones y se fijaban directrices, para organizar turnos con productores agropecuarios procedentes de la península, Norte de África y resto del extranjero, con intercambio de los trabajadores nacionales y los del país que nos visitaba. La presencia de estos últimos se estrenó con la estancia de veinticuatro ingleses, a los que se llevó a visitar lo más representativo de la isla, comenzando con el Teide y todo el entorno de Las Cañadas. El personal que sacaba adelante las prestaciones del establecimiento público, estaba formado por diecisiete empleados: el director, dos auxiliares dedicados a la administración y la intendencia, un cocinero, tres ayudantes, un pinche, un camarero, un portero y siete encargadas de la limpieza. Tanto la Residencia como el Balneario contaban con un Patronato cada uno y, ambos, por medio de sus representantes sindicales, llevaban a la Organización las sugerencias y deseos de los usuarios de las citadas dependencias.
Hoy, más que sugerirles un paseo por lo que queda de ellas, he querido traerles un poco de su función cotidiana. Mi intención última es que sirva de homenaje a todos los que aprendimos a nadar en aquel entrañable rincón, a los que fueron grandes nadadores de los equipos que allí se formaban y entrenaban, y a quienes tuvieron el placer y la fortuna de vivir días magníficos en aquella instalación modélica y avanzada. Ninguna de estas virtudes impidió que la ambición desmedida de unos pocos, sobre el bien común de muchísimos, y el afán megalómano de unos políticos insensibles e insaciables, acabara con aquel reducto de indudable valor social, por encima de ningún otro. Para quienes deseen conocer datos precisos de la historia y los avatares de estas tristemente desaparecidas instalaciones, les facilito unos cuantos enlaces con distintos medios de comunicación locales, que, con frecuencia, han abordado y abordan un tema tan ligado al devenir de esta capital:
20 MINUTOS, 13 de mayo de 2008
DIARIO DE AVISOS, 28 dea gosto de 2012
LA OPINIÓN, 7 de septiembre de 2009