El abanico de Fafa
por Melchor Padilla
El mes de enero de 2011 se cumplió el cincuenta aniversario de un episodio que, por lo sorprendente en aquellas fechas, sacudió a la opinión pública mundial. La madrugada del 21 al 22 de enero de 1961 el trasatlántico de bandera portuguesa Santa María, perteneciente a la Companhía Colonial de Navegaçao (que cubría regularmente la ruta Caracas-Lisboa-Vigo), fue secuestrado en alta mar por un grupo de 24 hombres armados bajo la dirección del militar portugués Henrique Galvâo. Dicho grupo estaba compuesto por militantes antifascistas portugueses y españoles que, bajo las siglas del DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación), pretendían con esta acción denunciar ante el mundo las dictaduras ibéricas de Franco y Salazar.
Como es de suponer, en un buque que hacía ese trayecto venían pasajeros canarios, pues eran los años más intensos de la emigración a Venezuela. Así, tenemos constancia por la prensa de la presencia de algunos de ellos en la nave. Pero en el buque se encontraba también una tinerfeña de Santa Cruz que guardó, durante años, un relato pormenorizado de los acontecimientos del secuestro.
Se llamaba Rafaela Pérez Ares, aunque en su círculo familiar y afectivo era más conocida como Fafa. Nacida el año 1907, vivió la mayor parte de su vida en la calle de Santa Rosalía de Santa Cruz de Tenerife y trabajó desde joven como administrativa en dos empresas santacruceras hasta que éstas cerraron, lo que, unido a su viudedad y a la necesidad de sacar a la familia adelante, hizo que se desplazara a Venezuela en los años cincuenta.
Es a su retorno definitivo cuando decidió tomar el trasatlántico, entre otros motivos porque iba a hacer escala en Miami y esto le hacía mucha ilusión. El buque zarpó el día 20 de enero y la mañana del 21 hizo una primera escala en Curazao, donde desembarcaron. Se hizo a la mar de nuevo y esa misma noche se produjo el secuestro.
El día 25, con la incertidumbre de poderla enviar, escribió una carta para tranquilizar a sus hijos en la que relata el modo en que sucedió todo y expresa sus opiniones acerca de tales acontecimientos. Cuenta que la mañana del 22 se convocó por megafonía al pasaje para dirigirle un mensaje de los secuestradores. Se les dijo que «el comandante estaba detenido en su camarote, que no habríamos de sufrir molestia alguna, ya que se estaban gestionando negociaciones para dejarnos en el primer puerto; nos pedían disculpas y nos prometieron que todo terminaría pronto».
Fafa cuenta una anécdota curiosa que le sucedió en los primeros días del secuestro. El 25 de enero se dirigió al puente para mandar un radiotelegrama a su familia. Conseguido su objetivo, al salir perdió el equilibrio y se abrazó a un hombre próximo a ella que resultó ser el capitán Galvâo, lo que provocó no pocas bromas por parte de otros pasajeros.
Nuestra protagonista valora críticamente el papel del gobierno español en aquellos difíciles momentos. Afirma que «España no se ha ocupado de nosotros absolutamente para nada… Es una pena y una vergüenza pero una realidad muy grande». Y termina diciendo «¿Ésta es España, nuestra España por la que los nuestros han dado su sangre y su vida?». El régimen franquista estaba más interesado en convertir el hecho en un cuento de piratas, por lo que la prensa española de la época trató el asunto como si fuera una cuestión portuguesa.
A los pasajeros les llegaban, a través de la radio, noticias del exterior en las que se falseaba el comportamiento de los autores del secuestro. Pero para Fafa «las personas que lo dirigen son cultas e inteligentes, viejos políticos exiliados desparramados por el mundo». Y añade: «Con nosotros se portan muy bien, es ridículo cuanto han dicho las radios».
El secuestro se resolvió tras la mediación del gobierno estadounidense, algunos de cuyos navíos de guerra seguían al Santa María desde hacía varios días. El representante de ese país, el almirante Smith, subió a bordo del navío e inició las negociaciones para dar fin al secuestro. Se llegó a un acuerdo con el Gobierno de Brasil, pues gracias a la intervención del elegido por aquellas fechas presidente, Janio Quadros, se les otorgó asilo político a Galvâo y a sus hombres y se permitió que los pasajeros fueran desembarcados en el puerto de Recife.
El 30 de enero se invitó a los pasajeros de Primera y Segunda a una cena y fiesta de despedida que fue presidida por el capitán Galvao. Al terminar ésta, algunos pasajeros se dirigieron al jefe del comando y le solicitaron que les firmará el menú de la cena. No obstante, Fafa le presentó para que firmara en él un abanico regalo de su hija, que la familia ha conservado hasta nuestros días. En él podemos apreciar, sobre una escena bucólica en la que aparece pintada una barca llena de jóvenes mujeres, la rúbrica del militar portugués.
El día 2 de febrero se resolvió de manera feliz el secuestro del Santa María. Los pasajeros fueron desembarcados en el puerto de Recife y embarcados en los días siguientes hacia sus destinos. El trasatlántico Vera Cruz, gemelo del Santa María, fue el encargado de transportar a los viajeros canarios hacia el puerto de Santa Cruz, adonde llegaron el día 10 de febrero.
Todos estos recuerdos se los dejó Fafa a su familia relatados en unas páginas llenas de emoción que tituló «Yo viajé en el Santa María cuando fue abordado por Galvâo y los suyos». que constituyen un testimonio de primera mano de aquellos hechos en los que estuvo presente una valiente mujer canaria: Rafaela Pérez Ares.