Las quemas de Judas
Eran estas fiestas, unas viejas costumbres con visos rituálicos, que se efectuaban en épocas pasadas y por Pascua florida, —de Resurrección—, en el Puerto de la Cruz.
Tales festejos, ya en desusos – de quemar anualmente en efigie grotesca al apóstol traidor. Judas Iscariote—, fueron introducidos en nuestro pueblo natal a mediados del siglo XVIII por los irlandeses católicos establecidos como comerciantes, para exportar aquellos famosos vinos vidueños y de malvasía a Europa y América.
Estos extranjeros, desde la primera semana cuaresmal y cada cual, en las ventanas y balcones
de sus casas habitaciones, colocaban un «pelele»— figura humana, que representaba al desgraciado discípulo de Cristo—, la que reducían a cenizas, tan pronto como en la parroquia se anunciaba, por medio de repiques de campanas, la aparición de la «Aleluya», el Sábado de Gloria.
Pero sucedió: Que un día, como eran muchos los «peleles» a quemar, les prohibió el alcalde real, dejándoles para el siguiente domingo de Resurrección, y entonces prepuso tomar acuerdo en una previa reunión popular y unificando voluntades, que en lo sucesivo fuese una sola y exclusiva la víctima, pero de grandes dimensiones, la que, llevada a la «Plaza del Charco de los Camarones (1), alzada a lo largo por medio de potente cabria y prendida de un gran palo —para así dársele los giros y maniobras que fueren del caso y antes de sufrir la prueba del fuego—, recibiese los consiguientes oprobios de los espectadores, hasta ser arrastrada hacia el mar de la «Caleta», ¡final del dramático festejo!, donde, a su paso, los «arcedianos» y «peludos» (2), le propinaban sendas palizas con garrotes, de descomunales magnitudes.
Y vemos que así comenzaron a celebrarse las llamadas «Quemas de Judas» en el Puerto de la Cruz, donde, a la sazón, se hallaba viviendo nuestro historiador regional don José de Viera y Clavijo, quien para este primer acto justiciero, escribió en versos la confesión pública del traidor apóstol por el pecado que había cometido —de vender a su Maestro—, y su propia sentencia de muerte (3), composición poética ésta que sirvió desde aquella época para que en las fiestas sucesivas y por orden del alcalde, fuese leída por uno de los vecinos más caracterizados del «Gremio de toneleros» y en alta voz, montado sobre un «tabladillo» que, junto al mamarracho, se levantaba en la tan famosa «Plaza del Charco de los Camarones», antes de la Constitución, y hoy de la República por añadidura.
Ella, aunque su verificación no sea de sabor muy estimable y para que vuelva al recuerdo de los
actuales portuenses, nos permitimos incluirla aquí:
«Soy Judas, aquel traidor
qe. sin conciencia ni fe,
pr. un vil precio entregué
Al ms. potente Señor
Yo soy, aquel qe., al furor
de un pueoio Cruel e insolente
espuse al hombre inocente,
y me hallo en capilla metido,
ya todos me habrán comprendido
qe. quiero morir decente.»
V. de C.—1750.
Hemos investigado que estos festejos continuaron celebrándose y sin interrupción, con el propio entusiasmo, con las mismas características populares, desde 1750 a 1809, porque, de 1810 a 1837, fueron interrumpidas a causa de continuas perturbaciones políticas, epidémicas y ruina del floreciente comercio con que contaba el vecindario y máxime que se había fundado la «Logia Masónica».
Y así sucedió. Al entrar el año 1858, volvieron a ser restablecidas. El pueblo mejoró notablemente siendo famosa la presenciada entonces y descrita por Mr. Alfredo Díston, natural de Lowestoffe, súbdito de S. M. Británica y establecido como socio principal de la Casa de Comercio en esta plaza con la razón de «Pasley-Little y Compañía», (véase su M.S. intitulado «The Burning of Judas»); y la que tuvo lugar en 1861, patrocinada como aquella, por el M. I. Ayuntamiento y con la colaboración del vecindario — entre el que se formaron distintas comisiones —, según se puede ver por la minuta del oficio que se custodia en el Archivo Municipal, el que dice así:
«El I Ayuntamiento que presido al tratar de las fiestas de la próxima pascua, ha tenido a bien nombrar varias comisiones que auxilien, para que tengan el lucimiento y ostentación que se requiere.—Y siendo una de dichas comisiones la de poner un palo en la plaza en que colgar el famoso Judas que ha de quemarse en ese día, no ha dudado elegir a V. para ello por ser la persona más aparente qe. podía encontrarse, atendida su conocida y probada inteligencia en esta clase de maniobras.—Y no dudo que V. aceptará gustoso este encargo, y que desempeñará con la honradez y exactitud de que tiene dadas repetidas pruebas.—Dios &º Marzo 21 de 1831.—Sor. Dn. Juan Gonz. .Martel. «(4).
La última de las quemas judaicas — que fué espectáculo de imperecedero recuerdo, festejo gracioso, el que jamás se nos ha podido borrar de nuestra mente—, le presenciamos, allá por el año 1885.
¡Parece que fué ayer! Feliz es nuestra memoria, y aún se nos viene el lumínico reflejo imborrable de aquel día. Nos parece ver salir del vientre descomunal del mamarracho, de ojazos formidables, de su boca entreabierta con labios caídos y «bembudos», ¡pobre apóstol!, gran minero de gatos en actitud diabólica, disparos de «cámaras», vomitar azufre, estrellas, centellas y fuegos infernales.
También dejó huellas de remembranzas inolvidables entre nuestros compañeros y condiscípulos de instrucción primaria, ¿por qué no estilo? Don Benjamín J. Miranda, maestro del Colegio donde recibimos la educación juvenil cientos de muchachos, después de haber terminado las vacaciones de Semana Santa y al comentarse en clase la quema del Judas — por estar en el secreto de quien era el rostro-figura» que se había reducido a cenizas el pasado domingo de Pascua—, y del cantar que con tal motivo se hizo popular, nos prohibía, para evitar alusiones y a los que vivíamos en el «barrio de la Hoya» al salir de la escuela, no pasar por la «botica de don Ramón», ni menos, frente a ella, repetirle a grandes voces:
«Del Judas que se quemó
modeló el rostro «el inglés».—(5)
al de «un muerto», resultó,
llámanle, don J. B.»—(6).
Pero, por esta prohibición, nuestra curiosidad, se prestaba a mayores ansias del escudriñamiento del secreto. Y efectivamente. Sucedió que a las pocas semanas del entrante verano, y ya pasados los exámenes de curso, Antonio Domínguez, muchacho de carácter vivaracho, al pasar por la mencionada «botica de don Ramón», prorrumpió a cantar la aludida copla, cuando, de pronto y sin darle tiempo a huir, el propio farmacéutico le tomó de un brazo y llevándole a su despacho, le hizo confesar cuanto sabía sobre este interesante asunto, previo pagó, con algunas «golosinas» el sustazo.
Y pasaron días, semanas y años, sin que la cosa diese margen al menor intento de sobresalto, ni sospecha de lo que se preparaba.
Por fin. vino el año 1897. En ese año, el farmacéutico nos contaba que ya había desaparecido de este Puerto la «Logia Masónica» y plenamente convencido de que el «inglés»—autor del «rostro-figura del Judas»—lo era un «hermano durmiente» de aquella «Logia Masónica» el que ejercía el cargo de director de las obras del muelle en esta población, y que representaba nada menos el tal Judas, al que fué en vida su protector —Licenciado en Farmacia, don José Barriuso—, le mandó llamar, y «el inglés», le hizo historia, «pie por punto», de quiénes le habían obligado a cometer tamaña desconsideración, confeccionando como venganza, no al apóstol traidor, sino al personaje fallecido para a su heredero ponerle en ridículo.
Para que el lector se haga cargo del asunto de que tratamos, vamos a detallar brevemente como sucedió y tuvo origen este lance; «Después de fallecido el Sor. Barriuso,
personaje enemigo de los «masones portuenses», desde la fundación de la «Logia», fué vilmente perseguido, por su «venerable», el Don Ramón, Ambos, tenían abiertos al público sus despachos de medicina, acudiendo al de éste, gran número de clientes de la clase más elevada de la sociedad y, como quiera que el «venerable» (7) se las pasaba los días enteros sin vender ni siquiera una sola «droga», éste reunió el «Capítulo» — (Febrero de 1885)—y los «hermanos en activo ejercicio» acordaron —después de oír las «jeremiacas» del «Maestro»—, hacer secreta campaña contra Don Ramón, poniendo en juego todas sus influencias, hasta conseguir el tener mayoría —los del mandil y triángulo— en las comisiones que, para la próxima fiesta del domingo de Resurrección, donde le quemaran al Judas, se debían de formar con antelación.
El «trusco» o «treta fracmasónica surtió sus efectos. Distribuídos por el alcalde, y con la mejor intención, los cargos que habían de desempeñar cada cual de los sujetos nombrados para tal fin, entró a formar parte «el inglés», como director artístico, modelador del «rostro-figura»,del que se iba a quemar, y entonces, los «hermanos en activo ejercicio» acudieron presurosos a la casa del «hermano durmiente» y amenazándole de muerte, si no renunciaba al cargó que había aceptado —a lo que se negó en un principio—, consiguen que al confeccionar el Judas, le diese al rostro, el idéntico que en vida llevara por gracia de Jehová, el propio semblante que tuvo fin este mísero Mundo él Sor. Barriuso.»
El cuerpo del fingido apóstol traidor, de gigantescas, dimensiones, fué terminado, pero la cabeza, no aparecía, nadie podía verla… Solo se sabía que de noche, dentro de la «Logia Masónica», «el inglés», la modelaba, y nada más… Pero en este año de 1897, don Ramón—y proseguimos el relato—, nos seguía contando que: «en aquella quema de 1885, a la una de la mañana, fué alzado el Judas y colocada su cabeza, pero sin ser descubierta hasta la hora de ser cumplida la sentencia de muerte, y entonces el público supo de lo que se trataba, reprocando toda persona decente el «trusco» o la «treta fracmásónica» hábilmente preparada, y que, desde ese instante se hizo, eco el cantar que ya hemos incluido en otro lugar de este trabajo, añadiéndonos fuera de sí: pagó con creces el «venerable» la burla inferida a mi protector y seguidamente calló, enmudeció…
Personas que nos merecieron entero crédito, nos aseguraron que don Ramón, una tarde, al ver pasar con dirección a la «Playa de Martiánez» a su colega en asuntos farmacéuticos, al «Maestro» de la extinguida «Logia Masónica», preparado de un «rebenque» o «chucho» que conservaba en su Museo, fué a dar con el truan, y sin mediar palabra alguna, hubo de cruzarle la cara con toda satisfacción y a sus ansias y después, escupirle el rostro.
Perdonó del «inglés» su imprudencia ética, por haber sido un tanto inocente la intervención en el asunto de que se ha hecho mérito, máxime que fué obligado por amenazas de muerte y podría resultar, al negarse, víctima propiciatoria de sus «hermanos» de «mandil», pero lo cierto es que desde entonces, nadie se ha preocupado por restablecer las fiestas de las «quemas de Judas» en la «Plaza del Charco» y que tan famosas fueron en épocas pretéritas.
Ellas parece han pasado al libro de la historia, y solo como de imperecedera memoria nos queda aquella hermosa copla que aún revive y se oye lanzar al viento en noches de holgorio y de desafinadas «parrandas ranilleras» a los «pescadores de chicharros», descendientes de los primeros portugueses que se avecindaron en estas playas, que es la que jubilosa canta aquí:
«Viva la «Plaza del Carcho»
¡donde quemaban a Judas!
y también grito muy alto
¡Viva la de La Laguna!
F. P. Montes de Oca García
Puerto de la Cruz .abril de 1936.
(1) En la antigüedad, para pasar del «puerto nuevo» al «viejo», se tenia que hacer por medio de una embarcación, a causa de ser esta una gran marisma que luego le agotaron.
(2) Entiéndase cargadores y gentes de campo que hacían las faenas del muelle.
(3) Se custodia en el Archivo Municipal, Legajo ch. (7).
(4) ídem id. en el Ídem, Ídem, Cchch, (20).
(5) Callamos su nombre, por ser éste del dominio público conocido por tal mote.
6) Se atribuyen estos versos a un hermano del «venerable» que ejercía el cargo de Cartulario o de fe pública, en uno de los pueblos comarcanos al Puerto de la Cruz.
(7) Fué persona que gozó de estimada reputación entre sus camaradas.