El payasito por Pinito del Oro
Cuando un corazón se llena de dolor o alegría es muy difícil describir la evolución, los cambios bruscos y la resignación del sentimiento que producen tales latidos con palabras que no estén gastadas por el exceso de novelas y cartas amorosas.
No quiero describir demasiado lo que sentí, sino lo que me ocurrió.
Yo he trabajado infinidad de veces para hospitales y más o menos estoy acostumbrada a sonreír a un grupo de enfermos sentados o acostados en camas blancas, con las piernas colgadas en posición vertical o los brazos amarrados a tablas rectas o viéndome a través de un espejo colocado horizontalmente sobres sus cabezas. Todo ello me inunda de profunda tristeza y una vez más doy gracias a Dios por haberme dejado disfrutar completamente de mis miembros y sentidos.
Hace poco trabajando en el Polack Brother Circus, en colaboración con Shines, en San Antonio (Texas), teníamos, como todas las tardes, yb grupo de enfermitos en los asientos de enfrente, que los Shines reservan especialmente para ellos en las matinées. Era Holliveen (especie de carnaval que se celebra a principios de noviembre) y todos los niños vestían alguna parte de disfraz como es por costumbre. antes de salir me fijé en ellos, llamando principalmente mi atención un niñito recostado en una cama, que contemplaba trsitemente todo lo que ocurría alrededor. Llevaba una cinta con volantes blancos atada al cuello y un sombrerito clown sobre su cabeza, que recostaba en la almohada. No parecía importarle el esfuerzo que la monjita hacía porque se fijara en el espectáculo. Cuando salí le sonreí solamente a él, pero no parecía darse cuenta, quizá por la posición alta de su cabeza. Ya en el trapecio podía verme perfectamente, puesto que yo estaba más alta, al nivel de su mirada. Desde arriba me fijé en sus ojos, grandes y oscuros, que brillaban con ese celo inocente del anormal.
Miles de pensamientos cruzaron por mí y cuando saludaba le miraba a él sólo, al payaso triste, deseando poder darle algo más que mis sonrisas.
Tanta pena me infundió aquella carita seria, que cuando bajé no pude por menos de acercarme a él y besarle la mejilla. su brazo izquierdo se movió dificultosamente. Quería subirlo hasta mi cuello.
– How do you like the show? (Cómo te gusta la función) – le pregunté.
La monja que había detrás del asiento me hizo una seña llevándose una manos a la boca. Comprendí. El payasito tenía paralítico todo el cuerpo, salvo los ojos y, a medias aquel bracito izquierdo.
Me alejé transida de dolor.
Después, en el pasillo que da entrada a los artistas, les conté el caso a los dos mejores payasos del circo con lo que yo hablaba a menudo, ambos muy famosos.
Le señalé al niñito. Entonces ellos, en cada una de sus actuaciones, se paraban ante el paralítico trabajando sólo para él, y yo creo que, por primera vez en su vida, payasito triste sonrió de felicidad.
Pinito del Oro Publicado en «Cuentos del Circo» del Instituto Editorial Reus. 1957.