UN EPISODIO DE 1810 (Puerto de la Cruz, motín de los franceses)
N Febrero de 1810 fondearon en el puerto de Santa Cruz de Tenerife cuatro poderosos navíos de guerra: dos ingleses, el Leviathan y el Conquis, y dos españoles, San Lorenzo y el Montañés, uno de los pocos este último que escaparon del desastre naval de 1805.
Conducían los cuatro buques mil cuatrocientos ochenta y cuatro prisioneros franceses, soldados procedentes del ejército de Dupont, y marinos de los que, después de batirse en Trafalgar, hallábanse en los pontones de Cádiz.
Ingresaron los prisioneros en diferentes depósitos provisionales, de los que merece mención especial el establecido en el Puerto de la Cruz, por la circunstancia de haberse visto los infelices en él encerrados en inminente peligro de perder la vida. Porque algunos «patriotas» de La Orotava, dueños de ricos viñedos, irritados por el impuesto con que gravara sus propiedades la Junta de La Laguna, azuzaron al populacho imbécil, no contra aquel cuerpo revolucionario, sino contra los desgraciados franceses a quienes consideraban como la causa principal de que se les hubiera «subido la contribución».
Al amanecer del 4 de Marzo los amotinados, que capitaneaba un carnicero cuyo nombre no conserva la Historia, cayeron sobre el Puerto de la Cruz, encaminándose acto continuo al depósito de los prisioneros, con ánimo de inmolarlos en aras de los sacratísimos fueros de la propiedad. Por fortuna, el Alcalde pudo á tiempo reforzar la guardia, en vista de lo cual los «invasores» se apoderaron de un Musiú Pierre, inofensivo francés de quien alguien dijo entonces que era nada menos que «agente secreto de Napoleón». El tal Musiú poseía por todo ajuar un mísero cofre viejo, casi vacío, que fué registrado minuciosamente, sin que se pudiera dar con las instrucciones y encargos que el tirano de Europa dictara desde los campos de batalla de Essling á su delegado en el Puerto de la Cruz.
Por un verdadero milagro sustrájose el supuesto agente á las iras de los villeros que, un tanto calmados, se volvieron á sus casas; pero los respetables terratenientes del Valle necesitaban una víctima, y nuevamente azuzado por ellos, en nombre de la religión y del rey, el populacho de la Villa invadió otra vez el Puerto en la mañana del día 5. Y buscando un francés que sacrificar á sus furores, halló bien pronto, no uno, sino dos.
Fué el primero un mísero empleado de la casa de Cólogan, llamado José Bremond, quien, en poder ya de sus verdugos, recibió un tremendo navajazo que partiéndole el corazón le dejó sin vida; el segundo, Luis Bertrand-Brouat, maestro de solfeo, que si bien pudo huir de su domicilio y refugiarse en la batería de Santa Bárbara, fué luego cobardemente entregado á las turbas por el propio comandante de la peciueña fortaleza, coronel de artillería cuyo nombre, más afortunado que el del carnicero, se conserva en el Nobiliario y Blasón de Canarias… El cuerpo del infeliz músico, casi deshecho, fué arrastrado por las calles de la población.
Consumado el doble crimen, los realistas repitieron su ataque al depósito donde centenares de hombres indefensos, que habían salvado la vida en los campos de Bailen y en las aguas de Trafalgar, oían los siniestros aullidos de aquellas fieras sedientas de sangre, aunque no del vino con que espléndidamente les obsequiaran sus instigadores; pero, al fin, los vecinos del Puerto, avergonzados de su anterior pasividad, acometieron á tiros y á palos á los villeros, dispersándolos y entregando sus cabecillas al comandante Armiaga que al frente de un corto número de granaderos venía de Santa Cruz á toda prisa. Los cabecillas, carnicero inclusive, fueron condenados á galeras dos años más tarde; pero casi todos habían perecido en las cárceles víctimas de la fiebre amarilla y del abandono en que les dejara el egoísmo infame de los verdaderos autores del atentado.
Éstos no habían tenido otro remedio que bajar la cabeza ante la autoridad de la Junta revolucionaria, pagando á toca-teja la nueva contribución.
Los franceses del depósito, así como los demás que se hallaban en los de Santa Cruz, La Laguna y otras localidades, se distribuyeron por la autoridad militar entre las islas de Tenerife y Gran Canaria, donde permanecieron cuatro años arrastrando vida miserable y penosa casi todos.
Pero varios de ellos, con mejor suerte que sus compañeros de cautividad por ser más cultos é instruidos, habían empleado sus actividades en diversas industrias, dando á conocer á los insulares mil cosas, en Europa muy corrientes, pero en Canarias totalmente ignoradas; alguno consagróse á la enseñanza, utilizando, y no sin fruto, los conocimientos adquiridos en las escuelas de marina de su nación; y, en fin, unos cuantos, no obstante haber obtenido todos la libertad por virtud de la paz de 1814, se quedaron entre los isleños que, hostiles en un principio á las víctimas de los azares de la guerra, acabaron por considerar como compatriotas á los que en el país habían creado familia é intereses, fundado escuelas y establecido nuevas industrias.
De casi todos los que renunciaron á volver á su país hay descendientes en Canarias y en las Antillas, y sus apellidos se conservan en familias numerosas.
Recordamos hasta diez y nueve:
- Avedank.
- Barriennes.
- Bayol.
- Beautell.
- Casanove (hoy Casanova).
- Cayol.
- Delcourt.
- D’Escoubet.
- Falangon.
- Fernaud.
- Gondran.
- Granier (hoy Serís-Granier).
- Gro.
- Guerin.
- Maffiotte.
- Masso.
- Matheos (de nacionalidad italiana).
- Savoie.
- Y Schwartz (de evidente origen alemán).
Tal vez existan otros que se hayan ocultado á nuestras investigaciones; y mucho celebraríamos que algún lector de ARTE Y LETRAS pudiera decirlo, ó dar más noticias acerca de los prisioneros franceses de 1810.
LUIS MAFFIOTE.
Madrid, 1º de Febrero de 1903.
fantastico relato de la historia de Canarias el cual desconocia y me parece de gran utilidad su conocimiento. gracias
Muchas gracias Pedro por leernos, si te interesa el episodio puedes encontrar en este blog el artículo El Cristo ahogado y en el del amigo Bernardo Cabo este El motín de los franceses. Estoy preparando uno personal con más información del tema y otro sobre el asalto al Tranvía de Santa Cruz en la curva de Gracia el 1 de Septiembre de 1934.
Espero que sigas disfrutando con las publicaciones del blog, un abrazo.
Leyendo esta historia y el blog de Bernardo Cabo, a través de la biografía de Bernardo Cólogan, comprendo mejor lo que pudo suceder aquel terrible día. Gracias.
Muchas gracias por el comentario Daniel. En breve publicaremos un artículo reuniendo toda esa información y algún dato más que hemos recuperado en un único sitio, para intentar darle difusión a este hecho que creemos que se merece más difusión, te invitamos a que leas también el artículo El Cristo ahogado que trata también sobre ese hecho.
Reiterarte nuestro agradecimiento por leernos y por molestarte en comentar.