El loco de Martiánez
Bajo mis plantas y en declive se bifurca serpenteando estrecha vereda, la que finaliza junto a la charca de la fuente…
Estamos rodeados de palmeras. Por entre unas y otras, medios cubiertos de ramajes, lucen los claros que apartan sus obscuros troncos; y entrelazadas sus espinosas cortezas, y a plena luz solar, se deja ver él horizonte lontano.
Estamos en la Plazoleta de la Paz. La silueta de la tierra de Tanausú se destaca majestuosa, señalando multítud de penachos, de verdinegros pinos que la coronan; y abajo el bravo mar rizado de espumas, que, indómito, viene a luchar con los guijarros del bajío tapizado de amarillentos musgos. Sus olas moribundas besan las playas taorinas, las playas de Martiánez, las playas de Arautápala.
Sobre el gran arenal plúmbeo, indolentes lucen recostadas las bañistas de trajes vistosos y riveteados de múltiples colorines, con cinturones, y sin ellos; ellas esperan sumergirse en las aguas y esperan que el rudo mar las transforme en encantadoras sirenas.
Los insaciables paseantes, aguardan hasta tanto que por sus ojos corran las desnudas líneas de los cuerpos contorneados, dentro del bañador ya humedecido; y sierran y abren sus dedos con ademanes nerviosos, imitando dar zarpasos. Insaciables se retiran, casi gimiendo, estos paseantes sátiros.
Ellas son aves de paso, ellos pasos de aves…
Nada han conseguido. Nada les viene a saciar. Con ver, la belleza no les satisface, y la hermosura produce apetito deleitoso. Son fantasías o locuras de curiosos…
Las bañistas gozan de sol. Los curiosos, comentan tanta grandeza, y aquellas, con estridentes carcajadas, deleitanse jugando con las arenas que brillan cual diamantes.
***
Desde mis plantas y en declive, parte otra vereda mas estrecha de menos distancia, pero.., que conduce segura a la Cueva de los Guanches, a la cueva a los recuerdos legendarios.
Ya en esta lúgubre caverna sólo existen algunos restos de los de nuestra raza, de aquellos naturales – bravos guerreros – , que designaron aquellos lugares para cementerio de sus osamentas.
En siglos pasados a esta mansión de los muertos (¡Oh muertos!) nuestros más viejos abuelos, le llamaron Trifés, la Cueva de Trifés.
Luenga sepultura,.., secreto de las edades,.., yo te respeto, yo te evoco con ideal sempiterno.
Y en el sótano, formado por la base de las peñas ingentes, soportes de aquella lúgubre caverna, vive un demente, que no es pescador de oficio, y pesca; y que no es labriego y sabe hacer la labor como un buen hortelano.
Su nombre es Laureano. Es un guanche sin serlo, y cuenta cosas guachinescas, que antes de dar su adiós el sol a tan grandioso paisaje descrito, sube hasta la Plazoleta, y en traje casi de Adán junto a mi derecha se presenta; lanzando de mal tabaco bocandas de humo, saludándome muy amable me dice:
«¡Un cuentito, un cuentecito le voy a hechar, le voy a proporcionar! Es un romance, que mi abuelo me contaba y yo de él le aprendí.»
«Mire, mire, son estos versitos, son estos…: «
A la fuente. que entre peñas
guarida de miles aves,
un día a bebér las aguas
sedienta subió Téibales,
sin más traje que sus sayas
de pieles, muy estimables,
sin más tesoro, que un alma
nacida en sus patrios lares
pura y casta cual el alba
que asoma limpia de azares.
Y bebió con gran zozobra
de aquellas heladas aguas,
y en las mismas quiso verse
su imagen y sed saciada,
más, sin pensarlo, poco a poco
fué sintiéndose turbada
cayendo al fin en la Charca
su cuerpo frío, y sin habla
perdido el conocimiento
cual si fuese envenenada.
¡Pobre Téibales! • ¿Tú sueñas?-
Soy el guardián de éstas peñas.
La pobre Téibales muerta
dé las aves pasto fué,
Y un zágal desde La Grieta
que por sus granados es
el pastor dé raza inquieta,
cruza, y recoge con fe
los despojos que respeta,
transportándoles después…
después, allá en la quieta
cueva guanchinesca de Trifés.
¡ Pobre Téibales! • ¿Tú sueñas?-
Soy el guardián de éstas peñas. «
***
La noche, en su cortejo de sombras, empieza a cubrir el panorama. Ya los tejados de color rojizo se confundía bajo un encapotado cielo. Continuó Laureano sus endechas con un tono de tristeza, marcado y patético. Continuó las llamadas cosas guanchinescas muy interesantes:
» No vayas moza a la fuente
a beber agua de aquellas
que las aves diariamente
envenenan, ¡Ay, sus querellas
en la Charca de la muerte
se aprcionan todas ellas!
¡Pobre Téibales! • ¿Tú sueñas?-
Soy el guardián de éstas peñas
desplegadas cual enseñas
que de tus huesos son dueñas.»
No vayas nunca a la fuente,
moza, a la fuente no vayas
que allí, encontrarás la Muerte
vestida con otras sayas,
no las de Téibales, por suerte
esas ya se hicieron aguas!»
La noche tendió su negro manto, y al marchar de allí, con fuerte apretón de manos me despido del demente. Las tinieblas cerraron el paisaje.
***
Él solitario Laureano – pensé – está tan cuerdo como los muchos que le llaman “EL LOCO DE MARTIANEZ”.
Y en la soledad desgarradora de aquellos sitios abruptos, llenos de rumores atlánticos, aquel hombre me pareció la rememoración de la gran raza heroica fenecida.
Francisco P. Montes de Oca García
Puerto de la Cruz.