Una lección de Historia en el parque
por Melchor Padilla
Santa Cruz cuenta desde el primer cuarto del siglo pasado con un espacio para el disfrute de los ciudadanos que se ha convertido casi en un emblema de la ciudad. Nos referimos al Parque Municipal García Sanabria, que toma su nombre del alcalde santacrucero que lo promovió durante su mandato, a partir de 1926. Comenzado gracias a una suscripción popular, el parque ocupa más de seis hectáreas y media en lo que algunos denominan la “manzana verde”, entre las calles Numancia, Méndez Núñez, Dr. José Naveiras y Rambla de Santa Cruz. En su interior los distintos paseos nos permiten disfrutar de una generosa vegetación tropical y subtropical en la que más de doscientas especies distintas conviven en lo que es, sin duda, el pulmón verde de la ciudad. En 1973, con motivo de la I Exposición Internacional de Escultura en la Calle, se instalaron allí obras de artistas tan importantes como Serrano, Soto, Paolozzi, Gabino, Assler, Viseux, Subirachs y Guinovart, entre otros.
Organizado en torno a dos grandes alamedas diagonales, cuenta con múltiples rincones muy conocidos por los santacruceros: el monumento a García Sanabria en el que destaca la escultura Fecundidad de Borges Salas, la Rosaleda, el Paseo de los Bambúes, el reloj de flores, el estanque,… pero hoy nos vamos a referir a un pequeño espacio que fue incluido en la urbanización que se llevó a cabo en 1942 entre las alamedas que se abren hacia la calle Numancia.
El lugar no es otro que la pequeña glorieta circular a la que se accede desde el paseo de los Bambúes por una doble escalinata en medio de la cual podemos apreciar uno de los azulejos que la adornan.
Si bajamos hallaremos un espacio circular de unos catorce metros de diámetro en cuyo centro se encuentran los restos, porque no son otra cosa, de un monumento, obra del que fuera arquitecto municipal, José Blasco. Esta obra estaba dedicada a la isla de Tenerife y, sobre todo, a su clima. Consistía en dos prismas de piedra, unidos por una arista, en medio de los cuales se situaba un termómetro de temperaturas reales. Coronando el conjunto se incluyó una tortuga cuyo caparazón es la imagen simbólica del universo, redondo por encima, como el cielo y plano por debajo, como la tierra. Coronando el conjunto había una esfera de hierro con los signos del Zodíaco y la silueta de la isla de Tenerife con su paralelo y meridiano acusados. Debido al vandalismo habitual en nuestra isla, de todo el conjunto escultórico sólo queda la tortuga.
A su alrededor, el espacio se organiza mediante pérgolas bajo las cuales unos bancos de piedra y ladrillo permiten disfrutar de un rincón apacible y apartado. Hay en total cuatro bancos, tres situados en el interior de la glorieta y otro más en el espacio entre las dos escalinatas que dan acceso al recinto. Los cuatro bancos están decorados con azulejos que fueron elaborados por la fábrica sevillana de la Viuda de Mensaque y Vera, siguiendo los dibujos de la pintora Lía Tavío, nacida en el Puerto de la Cruz. En los tres del interior se narran, con la visión acrítica de la historia característica de aquellos días, escenas de la vida de los primitivos habitantes de la isla. En el último se hace un cántico a las Canarias de los años cuarenta y a su progreso y desarrollo.
En el primero de ellos, que recibe el nombre de Llegada de los conquistadores, un grupo de guanches, ataviados de la forma en que aún hoy mucha gente cree que vestían, divisan desde las cumbres boscosas de la isla con claras manifestaciones de sorpresa la llegada de las naves que traen a los conquistadores a la isla.
En el segundo, que lleva por título Costumbres de los guanches y Valle de La Orotava, podemos observar escenas de la vida cotidiana guanche. A la izquierda se reproduce una escena hogareña: una madre, rodeada de elementos de ajuar cerámico, muele cereal con un molino de mano en el exterior de su cueva mientras los niños la observan. Un poco más atrás aparece una agarrada de lucha entre dos jóvenes. El centro lo ocupa un panorama idílico del Valle de La Orotava y, por fin, a la derecha un grupo de pastores cuidan de sus cabras mientras otro parece practicar el salto del pastor.
El tercer azulejo se llama Batalla de Acentejo y en él se representa una escena idealizada del enfrentamiento que tuvo lugar en el barranco del mismo nombre en mayo de 1494 y que fue la principal derrota del ejército castellano durante la conquista de Canarias. Los guanches se enfrentan a pecho descubierto con palos y piedras contra un enemigo mejor armado al que derrotan.
El último de los azulejos se halla fuera del espacio interior de la glorieta y en él, bajo el título de Tipos, riquezas y civilización actual de Canarias, podemos contemplar a la derecha a un grupo de campesinos ataviados a la usanza tradicional delante de unas plataneras que representan la agricultura. De ellas parten líneas de tendido eléctrico que se dirigen a la ciudad y que simbolizan la industria. En el cielo un dirigible y, posiblemente, un autogiro junto a los vehículos que circulan por las carreteras nos hablan del auge de los transportes. A lo lejos el muelle con la farola del mar muy destacada y un sinnúmero de barcos anclados en la bahía como muestra de la importancia comercial de las islas. Por último, cuatro enormes torres hacen mención a las comunicaciones radiotelegráficas.
El estado de conservación de estos azulejos es bastante malo. Muchas de las piezas aparecen golpeadas o pintadas, como una muestra más de la barbarie que, lamentablemente, se ha convertido en una muestra de nuestra incultura.
No obstante este espacio sigue siendo uno de los lugares con más encanto del parque. Sería necesario que se procediera a la restauración de los elementos deteriorados por parte de la autoridad competente.