El salto del capitán

A mi querido amigo

El muro blanco de la Paz
El muro blanco de la Paz

Sobre el alto y pétreo macizo de Martiánez (1) se sitúa una encantada finca, celebrada mansión señorial que, con blasón marmóreo, en días de opulencia y de gesta hidalguía, mandó superar la puerta de su entrada un gran caballero cruzado.

En otros tiempos heroicos y feudales, estos dominios orlados estaban, y muy caracterizados lucían con sus plantíos de dragos y palmeras; hoy, a hurtadillas, «razziados» han sido; el fuego y el hacha devastadora, con odio atávico de jaurías de beduinos y anómalos, al servicio de un nuevo señor y «como cantado guerra a lo verde», truncó para siempre la hermosura sugestiva de aquel paisaje encantador.

Arriba, en la cima y a lo largo de la finca, se señalan lugares trágicos. Son dos: el del quijotismo hispano que demostró Sancho Caballero(2) , y el de la entereza de aquella princesa guanche que prefirió poner fin a su vida plácida, antes que dejar mancillar su honor por un vil perseguidor.

Y dos son los sitios, dos son los recuerdos que bajo ese promontorio de Martianez – continuación de los llamados Llanos de la Paz (3)-, pregonan sigilosamente, unas veces, amorosa la brisa pasajera que rastrea por la campiña del Tope y del sitio del Pardo, corre Barranco ancho, surtidero de Cuaco(4) u otras, el miedoso ronquido de la mar verde que descarga su furia, su ira sobre la playa negra, teñida de espuma por un oleaje adormecido en noche y día, por la canción que entona el hilo de plata que se desliza por el andén tóbico de la Caleta del Pozo(5) .

¡El «Salto del Capitán! ¡El «Risco de la Guancha»! Ambos rememoran el tenaz y corajudo empeño de conquistar: la defensa de la virtud y castidad, el uno; si temple de la raza, el otro. Signo del Destino. Ellos jamás se pudieron engarzar…

I

En un día de sol veraniega, a una virgen guanche le sorprendió un soldado español que, maliciosamente, trataba de seducirle. Llevaba la moza un «gánigo» o Jarro rojo, lleno de agua cristalina que, de la fuente cercana, a su cadera sujetaba graciosamente.

A paso pausado y montado en su brioso corcel, cabalgaba el conquistador español Sancho Caballero, experimentado capitán que, en lucha con moros y guanches, tanto se había distinguido por sus proezas. Espada airada y reluciente cual una centella, brazo armado por guantelete y desafiando al aire con su filo cortante, bajó su diestra, y en señal de amenaza, a la dama le dice:

– Princesa de Cuaco, de tu hermosura estoy prendado acercaos a mi, y si me amas, sígueme.

Nada contestó la perseguida beldad; pero con sus ojos-fuego tendió al caballero una mirada penetrante de odio, de desprecio, y vueltas sus espaldas al monstruo galanteador, alborotada la luenga cabellera de oro y su esbelto talle envuelto en gamuzado «tamarco», le hizo el desprecio merecido.

Un penetrante grito de dolor surgió del alma de la princesa, y el eco de la voz del caballero continuaba sucediéndose por los contornos de la campiña florida: «Acercaos a mi, y si me amas, sígueme….; acercaos a mí, y si me amas… si…. me amas….»

II

Sancho insistía en, su empeño. Como conquistador, quería poner a prueba su recio, corazón, su codicia desmesurada; cifraba en la conquista su galardón; para él el «exterminio de otras razas era su mayor placer. ¡Qué baldón! ¡Qué monstruosidad!….

¡Culpa, dice el poeta, fue de sus .súbditos y no de la patria hispana!

Y tenazmente insistía el caballero, y con su corcel brioso apresar la víctima era su inaudito deseo.

Por eso, y significadamente, se conserva una décima edificante y llena de emoción. Ella traduce con espiritualidad el reducido pretérito muy sustancialmente:

«Por una larga vereda ‘
con «gánigo» de agua lleno,
marchaba muy placentera
cierto día de verano
la princesita «guanchera»
que hacia Cuaco, de temprano y sola,
tomaba hechicera,
sin sospechar que la mano
de un caballero inhumano
y armada, le detuviera.»

¡Qué galardón para un soldado español ser victimario!

¿Cómo no decirlo el cronista, si todo fué hidalguía, todo fué gentileza en aquellos tiempos de los caballeros bien nacidos ? Con la dama y para la dama, dentro y fuera del torneo, todo era homenaje, todo pleitesía….

III

Por esta vez Sancho, no Panza, sino Caballero, en alazán y no en jumento, dejó malparado el apellido que ostentaba tan fastuosamente. -Acercaos a mi, y si me amas, sígueme…. Acercaos a mi, y si….

Lánguidamente, quedamente la brisa repetía el eco de sus palabras engañadoras, y como una maldición, penetraba hasta en las cavernas sepulcrales donde aun yacían momificados los cuerpos muertos de la tribu de la jerarquía «cuaquina»(6) .

Hasta en los andenes y precipicios el sonido de aquella frase diabólica, «guayótica», infernal, detenía el retozo cotidiano en el aprisco del ganado que pastaba, libre de toda asechanza. ¡Maldita y embrujada palabrería!….

Soltó su bruto Sancho Caballero y no pudo dar presa a la princesa de Cuaco. Bala, en vertiginosa carrera, ciega de ira y de espanto, al llegar al Roque Negro, que hoy se conserva, y por memoria, con el nombre de «Risco de la Guancha», desploma sus virginales carnes, vuela la fuga ingente, yendo a parar su mortaja a una lúgubre hondonada, seca y fría, sobre la cual, años más tarde, nació un drago, el que con sus ramas, con sus hojas-espadas, desafía al transeúnte y pinta con su sangre a quien trate de profanarle. «El drago de la tristeza» aun subsiste! Mas….

Sancho no vio a la princesa. Sancho creyó que por el terreno cabalgado se iría más lejos…. Y poniendo espuelas y dando rienda suelta a su alazán, desbocado por una estrecha senda – y en el supuesto que detendría la carrera de la princesa -, en un acto de temeridad, o tal vez arrepentido de la felonía que trataba de cometer, ya a la terminación del llamado ahora «Muro Blanco», el que sirve de balcón y recreo al visitante, y en época no muy antigua fué paseo de arrayanes y cipreses(7) , se lanza con su animal, pereciendo en las aguas marinas de la Caleta, para pagar así su inicuo desvarío(8) .

«El Salto del Capitán» no honró en nada la vida truncada de la princesa guanche, la que, lo era bella de cuerpo, grande lo fue en alma(9).

F. P. Montes de Oca García.

  • [1] Tomó el nombre del conquistador Martín Yánez.
  • [2] Disfrutó las datas de tierra que aun conservan su denominación.
  • [3] En ellos se hizo la verdadera paz entre conquistadores y conquistados.
  • [4] Apelativo de cierta tribu guanche que habitaba este territorio antes y después de ser por los españoles la isla de Tenerife, y de la cual se conserva el sitio intitulado Fuente o Chorro de Cuaco.
  • [5] La «Caleta del Pozo» fué señalada, entre otras datas, al conquistador Lope Gallego, y de sus herederos pasó éste y parte de los terrenos de la Paz a la familia de Franchi.
  • [6] Sobre los peñascales existen bastantes cementerios de los primitivos aborígenes, ya explorados y profanados’ inicuamente.
  • [7] Los jardines de «La Paz fueron ponderados por el historiador don José de Viera y Clavijo en sus «Noticias generales de las islas Canarias» y en la casa solariega de este predio habitó el célebre barón de Húmbold
  • [8]  Conocíase en la antigüedad a todo el alto de la «Caleta del Pozo» por «El Lomo de San Miguel». El caballero don Tomás Cólogan declaró, al suscitarse un pleito con el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz – por tratar aquél de cerrar un camino con puertas, etc.-, que la ermita no era de su pertenencia, como tampoco los caminos, etc. (Véase su expediente, que para en manos de don Juan Ruiz y Ruiz, vecino de este pueblo.)
  • [9] En sus cercanías se edificó la ermita de Nuestra Señora de la Paz y de San Amaro, la que tenía su puerta de entrada al Naciente; pero los mayordomos de la misma, y para proveerle de sacristía, entregaron los terrenos que pertenecían al culto a los tenores de Cólogan y Franchi, quienes, respetando la administración de sus frutos, sufragaban las funciones religiosas en honor y anualmente a sus patronos. (Véanse las escrituras de compromiso, etc., que se hallan protocoladas en el archivo notarial de la Orotava.)
El auto de las cancelas decía:
En el Puerto de La Cruz de Orotava en Tenerife a doce enero de mil ochocientos cuarenta y dos.
El señor alcalde primero constitucional en vista de este expediente dijo;
Que para cumplimentar en todas sus partes la Comisión que le ha sido encomendada por dicha Municipalidad debía de mandar y manda; que se haga saber a Don Tomás Cólogan que dentro del termino del tercer día, contado desde la fecha de la notificación quite las pilastras, argollones y batientes que parece tiene puestas para colocar las puertas de los caminos que conducen a la Ermita de San Amaro o Nuestra Señora de La Paz, cuyas obras ha hecho a fines del año pasado y abra la vereda que va a la Fuente de Martiánez, dejando todo lo que pertenece  al público en el ser y estado que tenía, apercibido de que de no cumplir se mandarán derribar a su costa, y poner transitable de la misma manera la indicada vereda, extendiéndole además la multa de quinientos reales vellón aplicadas a las penas de Cámara por su desobediencia. Así lo proveo yo y mando y firmo.
Doy fe
Andrés González de Chávez  & Diego Antonio Costa, Secretario.
(Carlos Cólogan Soriano, 2011)

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