Vida consular de Luis de Marinas Lavaggi (1851-1909) Por Melecio Hernández Pérez

Siguiendo la descendencia de los Lavaggi en el Puerto de la Cruz, y como continuación de mi anterior artículo titulado Luis Carlos Lavaggi, reformador urbanista del Puerto (1768-1828), voy a referirme ahora a uno de los personajes más relevantes de este linaje, cuyo nombre da título al presente trabajo.

En los Anales de Álvarez Rixo y en una sola ocasión aparece el nombre de Luis de Marinas Lavaggi. El apunte del cronista portuense señala que el 14 de febrero de 1872 celebraron los artesanos del casino de su nombre un convite al cual invitaron al nuevo juez de letras del partido, a cuyo efecto franqueó su bien equipada casa don Luis Marina Lavaggi[i].

Casino Lavaggi
Casino Lavaggi

Aunque la familia fue propietaria de numerosos inmuebles en el Puerto de la Cruz, la noticia parece referirse a la casona existente aún en la Avenida Familia de Betancourt y Molina con el número 28, construida en 1815, que en tiempos no lejanos tenía entrada por las calles de Valois e Iriarte, además de poseer una señorial escalinata de piedra en medio de un exuberante jardín. La edificación, históricamente denominada Sitio-Casino-Lavaggi, conocida popularmente por casa del Casino, tiene en sus proximidades la calle Casino de la que tomó el sobrenombre. Se trata de una construcción de gran originalidad arquitectónica dada su estructura conformada por un cubo rectangular y su carácter neoclásico que la hacen única en su estilo en todo el entramado urbanístico de la ciudad. El novelista portuense Alberto Pérez Borges (1867-1946), por la novedosa configuración de la misma en un entorno de arquitectura tradicionalmente canaria, la define como ingente masa, de simple y pobre arquitectura, se descubre, desde todo el barrio de La Hoya, como luminoso recuerdo del pasado[ii] .

Pedro Marinas Díaz, natural de Burgos, capitán de cazadores de Madrid, se unió en matrimonio a María Luisa Lavaggi y Toscano, dama portuense. Fruto de este enlace nació un niño el 29 de marzo de 1851 al que se le impuso el nombre de Luis Mª de las Nieves Francisco Javier Siro, procediéndose a su registro en el libro del Regimiento de Infantería a que pertenecía su padre, y el 5 de abril de dicho año se efectuó un bautismo castrense en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife[iii]. Posteriormente se efectuaría su inscripción en el registro de nacimiento de la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia del Puerto de la Cruz[iv]. Este nacimiento fuera de su domicilio portuense, se debe a causa fortuita, ya que al presentarse un parto difícil, los médicos aconsejaron trasladar la parturienta a la capital. Si bien el niño se pudo salvar, le costó la vida a la madre al fallecer a los 20 días de haber dado a luz. Se da la triste circunstancia de que el bebé regresó al Puerto de la Cruz al tiempo que el cadáver de su madre para su inhumación en el cementerio católico de su ciudad natal. El destino le tenía reservado una prematura orfandad al morir ocho años después, en 1859, su padre en la Guerra de África (1859-1860).

Ante esta penosa situación el pequeño Luis quedó bajo la tutela del amigo médico de los Lavaggi el reputado doctor Víctor Pérez González (1800-1892) y el empleado de la casa Lavaggi José María Aguilar, quienes se preocuparon con mucho celo de la protección y educación del niño.

Ingresó en la escuela de primeras letras y en el convento de Santo Domingo de la ciudad de los Iriarte terminó la primera etapa de su aprendizaje. Percatados de la responsabilidad de su formación y dadas las magníficas cualidades del pequeño para los idiomas y su decidida vocación por la carrera consular, sin duda por el conocimiento que tuvo de su ascendiente Luis Carlos Lavaggi que ostentó el cargo de cónsul general de Génova y Cerdeña, fue enviado a Suiza donde consiguió sus propósitos al culminar con brillantez sus estudios. En 1880, con sólo 29 años, se le asignó el primer nombramiento de vicecónsul de España en Río de Janeiro, cargo que desempeñó a plena satisfacción.

Pero antes de continuar con su ascendente trayectoria humana y diplomática, decir que había contraído matrimonio el 31 de mayo de 1870 con Belén Pérez de Évora y Silvia en la iglesia parroquial del Puerto de la Cruz.

En su hoja de servicios se registraron sucesivos destinos con funciones de primera y segunda categoría, como el de Savannah, Cantón y Puerto Plata, desde donde viajó a Santo Domingo en misión especial el 3 de julio de 1885. Dos años más tarde, el 20 de marzo de 1887, reclamado por el ministro, regresó a Madrid para nuevas misiones y destinos. Sin embargo, hasta 1888 no partiría destinado a La Guaira y, en 1889, a Cayo Hueso, para al siguiente año volver al consulado de La Guaira. Su eficacia en las gestiones diplomáticas hizo que el gobierno español lo reclamara allí donde más urgía su presencia.

En la recta final del siglo XIX se sucedieron insurrecciones movidas por un sentimiento independentista en las colonias americanas y asiáticas, con las pérdidas de Filipinas, Puerto Rico y, particularmente, Cuba, el llamado Desastre, que aún en nuestros días se hace ostensible en la frase “más se perdió en Cuba”, así como la derrota de la guerra con Estados Unidos; la cesión a dicho país de la isla Guam y venta de las restantes islas que componían el grupo de las Carolinas a Alemania, así como Marianas y Palau en 1899. Estos y otros conflictos, terminaron con las últimas colonias que aún quedaban a España de su imperio ultramarino, quedando limitado entonces a las posiciones africanas, muy recortadas ante las exigencias francesas en el Sahara, en Guinea Ecuatorial y en las negociaciones posteriores para establecer un protectorado en Marruecos.

Nuestro ilustre tinerfeño Luis de Marinas pasó de un destino a otro con la vertiginosidad que demandaba la Villa y Corte de Madrid. En 1890 se hizo cargo del consulado de Baltimore, pasando sucesivamente a los de Nueva Orleáns, San Vicente, Cabo Verde, Mogador y Singapur. A esta última isla fue destinado en 1897, y desde allí, entre otros importantes servicios prestados a la patria, realizó valiosos suministros de víveres al ejército español que luchaba en Filipinas.

tarjeta-de-luis-marina-y-lavaggiConcluida la guerra con pérdida de las colonias, el Gobierno español precisaba enviar a Manila un cónsul general con la suficiente capacidad para sortear las enconadas pasiones que se debatían entre españoles, ingleses y americanos, con el fin de ultimar los arreglos de evacuación de armas y personal. Y esa misión plagada de grandes dificultades le fue confiada el 30 de noviembre de 1900. Paralelamente el general Diego de los Ríos se hacía cargo de los restos de la Capitanía General y gestionaba la liberación de unos 9.000 prisioneros españoles.

Grandes obstáculos presentaron los americanos a los militares españoles para embarcar los prisioneros que se hallaban en la isla de Luzón, por oponerse a que se enarbolara otra bandera que no fuera la suya en los barcos, y por los tagalos que tampoco admitían se llevara a bordo más enseña que la determinada por ellos. Esto obligó al general De los Ríos que presidía la comisión económica, en una muestra de dignidad y orgullo patrióticos a ir por tierra a Tarlac, donde si bien encontró al general filipino Emilio Aguinaldo predispuesto a transigir por lo pactado con el general español Fernando Primo de Rivera, no así le ocurrió con Pedro Alejando Paterno, que le puso todo género de trabas y reparos, no obstante haber firmado dicho pacto de Biac-na-bató.

El Gobierno de Aguinaldo pretendía exigir un elevado rescate por los prisioneros, pero estando el erario español tan mermado, la intervención del cónsul Luis de Marinas fue providencial. Con la experiencia diplomática que atesoraba, consiguió liberar a todos los prisioneros españoles sin pagar un solo centavo, a excepción de unos pocos que decidieron quedarse voluntariamente entre los indígenas. Cumplía así la promesa hecha al ministerio de “Regeneración Nacional” en la persona de Francisco Silvela.

El siguiente traslado, después de haber realizado tan impagable trabajo, ocurrió el 6 de abril de 1903 cuando fue nombrado cónsul general de España en Argel. Sería también el final del periplo de su vida, porque seis años después falleció en dicha ciudad y principal puerto mediterráneo del noroeste de África el 27 de julio de 1909, a la prematura edad de 58 años.

Este gran patriota del pasado se distinguió siempre por el sincero afecto que, en medio de su grandeza, tuvo para su isla de Tenerife y, en particular, el Puerto de la Cruz donde vivieron y murieron varios de sus antecesores más inmediatos y viven en la isla sus descendientes de la rama Marinas de Martín-Yumar; vivió y casó el propio diplomático y donde descansa su madre que entregó la vida al nacer su hijo Luis de Marinas Lavaggi, el hombre que incluso estando registrado su nacimiento en el Puerto de la Cruz, vino al mundo en Santa Cruz de Tenerife.

Fue laureado en vida con la Gran Cruz del Mérito Militar, la Encomienda de Carlos III, la del Busto del Libertador de Venezuela y el título de Oficial de Instrucción Pública de Francia, y un largo etcétera. A la hora de su muerte en la capital de Argelia, el capellán primero de la iglesia española Julián Ezquerro pronunció un emotivo panegírico donde incluye la siguiente frase de un alto funcionario del ministerio del Estado: En este ministerio debería de haber un pedestal y sobre él una estatua, y esta no podría ser otra que la del cónsul general de Argel para que sirva de ejemplo a los demás[v].


  • [i] Álvarez Rixo, J. A. Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava (1701-1872). Puerto de la Cruz, 1994. Pág. 510.
  • [ii] Pérez Borges, A. Bliviti. Imprenta Toledo. Santa Cruz de Tenerife, 1930. Pág. 19.
  • [iii] Bautizado por el capellán interino del primer batallón del Regimiento de Infantería de Málaga nº 40 Pedro Víctor Orantes y Rocha, con la anuencia del capellán párroco del Hospital Militar de la plaza, Antonio Montero Ruizponién. Actuó de madrina su abuela materna y de testigos los presbíteros de dicha parroquia, Lorenzo Silverio y José Hernández.
  • [iv] Libro nº 18, fº 179 y siguiente de nacimientos de la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia del Puerto de la Cruz.
  • [v] Arautápala, 25-09- 1909.

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