Los taros, una joya de nuestro patrimonio etnográfico
por Arminda Arteta Viotti
La autora de este artículo es Licenciada en Historia del Arte, realizó estudios de doctorado centrados en el arte canario contemporáneo y, más específicamente, en el escultor Pancho Lasso, al que ha dedicado algunos artículos de investigación. Sus trabajos como documentalista en la Memoria Digital de Lanzarote y como guía, tanto de senderismo interpretado como de la obra pública de César Manrique, le han permitido profundizar en el patrimonio histórico, cultural y artístico de Lanzarote. Asimismo, ha sido tutora de Arte Antiguo en el Centro Asociado de la U.N.E.D. de Lanzarote. Mantiene un magnífico blog dedicado a la defensa del patrimonio histórico y cultural de su isla Lanzarote Inédita. Es un honor para mí recibirla en estas páginas.
Hablamos de los «taros», «refugios» o «chozas», términos con frecuencia empleados como sinónimos para designar uno de los elementos más característicos y bellos de nuestro patrimonio etnográfico. Se trata de estructuras de piedra, normalmente seca, sin argamasa de ningún tipo (aunque algunas, las más desarrolladas, tienen barro y paja en su interior), de planta circular o cuadrangular, que se encuentran en zonas agrícolas o ganaderas. Pueden hallarse exentas, como un pequeño edificio, o bien adosadas a una pared, o incluso insertas en las paredes que delimitan los terrenos, para así no perder espacio de suelo productivo.
Sus techos, la mayor parte de las veces, están formados por aproximación de hiladas, en lo que se conoce como «falsa cúpula» o «falsa bóveda», sobre las que, en ocasiones, se colocan piedras de pequeño tamaño. Su entrada es siempre pequeña, para proteger contra las inclemencias del tiempo, y evitar el acceso a los animales. La «puerta» suele presentar una estructura adintelada, con una laja de grandes dimensiones como elemento horizontal, existiendo algún caso de acceso con forma de arco.
Las funciones de estas construcciones entre los agricultores y pastores eran múltiples:
a) Por un lado, servían de protección contra el sol, el viento, la lluvia o el granizo. En el caso de los agricultores, si la finca estaba lejos de sus casas y las labores tomaban mucho tiempo, podían pasar la noche en ellos.
d) Por último, otra acepción de la palabra «taro» es aquella que hace referencia a las construcciones anexas o cercanas a las viviendas que eran usadas a modo de neveras, para secar los quesos o el pescado, o bien para almacenar cereales.
Este sistema constructivo se habría heredado para la realización de los taros (o chozas) y también para los techos de los aljibes, especialmente los más antiguos.
Ya decíamos al comienzo que, agudizando la vista, es posible encontrar múltiples taros o chozas «decorando» los campos conejeros. No obstante, el topónimo «taro», por cierto, de origen prehispánico según los estudiosos, se ha mantenido en algunas zonas de la isla, destacando dos: el taro de Testeyna y el de Tahíche. a) El taro de TesteynaTAROS DESTACADOS
Se trata de un inmueble de planta circular y techumbre abovedada, por aproximación de hiladas, que en la actualidad se presenta semienterrado, si bien, a juzgar por las excavaciones realizadas en el 2001 por el quipo de José de León, no fue así en su origen. Además de su incalculable valor arqueológico, presenta otro interés añadido: según una documentación encontrada por el investigador Jaime Gil, el taro, junto al conjunto de casas que había en la zona, habrían pertenecido a los abuelos del célebre escritor ilustrado José Clavijo y Fajardo, cuya vida, además, inspiró al mismísimo Göethe.
En medio de las coladas volcánicas que, emitidas por el volcán de las Nueces, llegan hasta Arrecife, se encuentra, en el pueblo de Tahíche, un taro que hoy se encuentra semiderruido.
Es bien sabido que Manrique, tras regresar de Nueva York e instalarse en Lanzarote, escogió como terreno para su construir su casa precisamente una parte de ese «volcán» (como llamamos en Lanzarote a las coladas), en el cual se encontraban cinco burbujas que posteriormente se transformarían en su vivienda y, desde 1992, sede de su Fundación. En honor al taro que se encontraban en sus inmediaciones, denominó a su casa «Taro de Tahíche», pues para el artista esa construcción presentaba los mismos valores de refugio y cobijo que él deseaba dar a su hogar.
El progresivo abandono de los campos ha hecho que los taros, refugios o chozas hayan ido perdiendo su uso, mostrándose hoy como un testimonio de incalculable valor etnográfico que debemos proteger y mantener vivo.
– GIL LEÓN, Javier, MORENO MEDINA, Claudio y MARTÍN CABRERA, Nicolás: Tinajo, el lenguaje de la tierra, Aderlan, Ayto. de Tinajo, Cabildo de Lanzarote, 2008.
http://adobandolatierra.org/2014/03/los-taros-tenerife-2/