Guargacho: yacimiento, vertedero y pseudo-arqueología
por Melchor Padilla
Hasta hace pocos años, las personas que se acercaban al barrio de Guargacho, en el municipio de San Miguel de Abona, podían ver cerca de la carretera que conduce a Las Galletas un extraño muro de forma hexagonal. Llamaba poderosamente la atención la ausencia de puertas de acceso al interior, por lo que a la mayor parte de los que lo veían se les escapaba cuál podía ser su función. Incluso la empresa pública del Gobierno de Canarias Grafcan lo identificaba en sus mapas como un estanque. Sin embargo, detrás de esas paredes se encontraba el lugar que en tiempos ocupó uno de los más interesantes yacimientos arqueológicos prehispánicos de la isla de Tenerife, cuya denominación inicial fue la de Conjunto Ceremonial de Guargacho.
El 4 de abril de 1972, un pastor de la zona, Salvador González Alayón, se percató de la existencia en el terreno hoy murado de una serie de piedras, cuya disposición no le pareció fortuita. En los meses siguientes se llevó a cabo la excavación sistemática del yacimiento, dirigida por Luis Diego Cuscoy, en aquella época director del Museo Arqueológico de Tenerife y uno de los pilares fundamentales de los inicios de la arqueología canaria. La excavación puso de relieve la existencia de los restos de una estructura formada por un hogar hexagonal, rodeado por una serie de hoyos, a manera de círculo, que Cuscoy denominó hornillos. En el área, de unos 150 metros cuadrados, se encontraron abundantes restos de cerámica, como fragmentos de vasos y cuentas de collar, instrumentos de obsidiana (tabonas) y basalto, punzones y agujas de hueso, así como abundantes muestras de fauna terrestre y marina, en su mayor parte calcinadas. Todos estos restos se encuentran en el Museo de la Ciencia y el Hombre de Santa Cruz.
En el libro que publicó en 1979, El conjunto ceremonial de Guargacho, Cuscoy interpretó el yacimiento relacionándolo con las manifestaciones religiosas de los guanches, pues creía que allí se celebraban rituales de sacrificio de animales, lo que explicaría el abundante número de restos óseos. Sin embargo, en 1981, Rafael González Antón y Antonio Tejera, en su obra Los aborígenes canarios, dijeron creer que se trataba «de una construcción similar a las cabañas que construyen los bereberes en El Ahaggar».
Esta interpretación, que es la más plausible en nuestros días, considera que todas estas evidencias arqueológicas eran los restos de un asentamiento humano donde, según los autores del primer tomo de la Historia Cultural del Arte en Canarias, el grupo allí establecido «construyó un conjunto de viviendas, de modo que los restos de la estructura hexagonal pertenecerían al hogar de la cabaña y los hornillos a los postes de madera que le darían forma circular a la vivienda, que pudo estar cerrada con pieles o con arbustos, de forma similar a otras existentes en sociedades de parecido nivel cultural a los habitantes de Tenerife».
Desde los primeros momentos de la excavación se iniciaron las gestiones para su conservación, dada la importancia que se le atribuyó. No obstante, la desidia comenzó a actuar y ya en 1979, al concluir la citada obra, Cuscoy afirmó que «Guargacho puede considerarse ya perdido como documento muy significativo para el conocimiento del pasado prehispánico de Tenerife». Muchas voces se alzaron desde entonces para tratar de recuperarlo, pero en vano. Desaparecidas las piedras que lo conformaban, convertido en un vertedero de basuras, dejo de tener algún significado para el estudio de nuestra prehistoria. Encerrados en el muro hexagonal ya no quedaron más que algunos restos de palés de madera y otros desperdicios.
En días pasados nos desplazamos hasta este barrio de San Miguel de Abona con la intención de visitar el centro y obtener fotografías actuales del mismo para ilustrar este artículo. Allí pudimos comprobar que el recinto se encuentra cerrado. Con el fin de obtener más información nos dirigimos al próximo Centro Cultural del barrio donde nos informaron no sólo que estaba cerrado por falta de personal sino que, desde el día de la inauguración, nunca había abierto sus puertas.
Estamos, pues, ante una recreación de lo que fue y nunca volverá a ser con fines de atracción turística y de dudoso interés didáctico o cultural, un episodio más de lo que, en palabras de J. Miranda y R. Naranjo, se ha llamado «la Disneylandización de la pseudo-arqueología», de lo que los denominados parques temáticos de las Pirámides de Güimar, en Tenerife, o el grotesco Mundo Aborigen, en el sur grancanario, constituyen el mejor ejemplo.
El yacimiento de Guargacho se ha perdido para siempre, pero debería ser obligación de las instituciones tratar de salvar los restos arqueológicos que todavía se encuentran entre nosotros. Aunque parece que no aprendemos, como indica lo sucedido con los grabados del barranco del Muerto en la zona de Añaza, en Santa Cruz de Tenerife.