Lo que las piedras cuentan

La Romería de San Benito: manifestación popular del folclore canario. (y II)

por Carlos García

Elementos folklóricos tradicionales de La Laguna.-  A la fiesta se le agregan, con el transcurso del tiempo, una serie de elementos festi­vos que van acorde con el sentimiento popular de una comunidad que se encuentra celebrando algo. Estos elementos folklóricos son, por decirlo de algún modo, tí­picamente laguneros, apareciendo en la romería desde sus comienzos más primitivos. Uno de ellos, y casi identificativos de la romería lagunera, es la presencia de los “barcos”. Los barcos laguneros o como también se les identifica en algún momento,”barcos de San Diego”, son una de las reliquias folklóricas de las que se enaltece la romería de San Benito. La procedencia histórica de estos barcos de tierra adentro no está del todo aclarada, pero la teoría de más vigencia propone que provienen de residuos, de restos de antiguas representaciones teatra­les de origen eucarístico de ciertos Autos Sacramentales que, desde el siglo XVII y XVIII, se celebraban en La Laguna. Estos elementos con el tiempo se separan de su entronque primitivo y entonces pierden su valor específico, entrando a formar parte de una transculturación que lleva posteriormente a engaño.

Hay una referencia de un Auto Sacramental celebrado en la ciudad de Aguere en 1699 en honor de la Virgen de los Remedios, pa­trona de la ciudad, en la que, para divertimento del pueblo, se represen­taron autos sacramentales, haciéndose dos navíos sobre carretas y un castillo entre los que se producía una batalla de tipo alegórico.  El castillo se colocó, según versión de Rodríguez Moure, en la esquina que da a la calle de


Sobre la “cama” de la carreta, a la que se le quitan las estacas, se hace una especie de barco, cuyo casco construyen de un ripiado formando rejas y de él nacen las arboladuras, vergas, jar­cias, velas, gallardetes y banderolas. Tiran del barco una pareja de bueyes escogida para el caso. Es el mismo tipo de representación teatral que se mantiene hoy día en Santa Cruz de La Palma en sus fiestas lustrales, con la batalla entre el castillo y la nave, o las de las libreas que se representan en Valle Guerra y en otros lugares. De aquel auto deriva, al parecer, el nacimiento de nuestros populares barcos laguneros, pues finalizada aquella representación sacramental, estos barcos acompañaron a la imagen de la Virgen de los Remedios, a modo de procesión a su iglesia. Desde éste momento la costumbre de utilizar a los barcos en las procesiones y en las fiestas arraigó en el pueblo y comenzaron a ser frecuentes en éste tipo de manifestaciones.


Luego de las procesiones religiosas, los barcos vuelven, a los días siguientes a la fiesta, para ejecutar las carreras que el público sigue con interés. Puesto el barco en el lugar conveniente    ­el mozo que se coloca delante del yugo pone su mano sobre aquel   en­pu­ñando en la otra la “ahijada”, y a una voz, rejoneados los bue­yes, parten a la carrera. Otra versión diferente es la que propugna la aparición de los barcos como promesa realizada en el pueblo de Tegueste a su patrón San Marcos, allá por 1582 en que se produjo una terrible epidemia de peste, en plena época de Corpus lagunero, tras desembarcar en Santa Cruz unos tapices traídos de Levante. Esta promesa surge en pago de no haber permitido el contagio del pueblo. No obstante me inclino personalmente por la primera versión del origen de los barcos.

Referencias como la de Juan Primo de la Guerra en su Diario de 1808 nos confirman la presencia de éstos navíos en las fiestas:”…éste se forma con algunos maderos ligeros sobre una carreta tirada por bueyes, llevando dentro algunas muchachas que canta­ban…”.  “…en la víspera, por la noche hubo fuegos, entremeses y navíos, todo conforme al gusto de las fiestas que se hacen en los campos…” Otra es la del licenciado Pereyra Pacheco que nos informa sobre 1854, “que en la festividad de Ntra. Sra. de los Remedios u­na de las dos principales de Tegueste, con la de San Marcos, desta­ca la antiquísima costumbre de correr la víspera en la tarde y el día por la mañana, ­ concluida la procesión, unos barcos que figura, tirados por bue­yes, que forman el embeleso y reunión de estas gentes, y que si se quitaran cesaría sin duda la concurrencia de ésta fiesta”. Y bien dice el autor cuando refiere la costumbre de co­rrer, porque tras las procesiones, se realizaban carreras de bar­cos, con el afán de conocer que yunta era la más fuerte y rápida, en­tronque sin duda con el arrastre de ganado que hoy ha vuelto a ponerse de moda, en franca recuperación de una tradición abandonada. Estas carreras de barcos hace ya muchos años que no se realizan en la romería. 

Pasemos ahora a otra de las reliquias folklóricas que perduran en la romería de San Benito, una de las más coloristas, no exclusiva de la comarca lagunera, pero que desde luego sí que nace de los pagos y lugares del contorno como es “el baile de las cintas de San Diego”.

El baile de las cintas está bastante extendido por la geogra­fía de Tenerife, conservándose buenos ejemplos en la zona de Güi­mar, Candelaria, y en la zona de Valle Guerra, Guamasa y La Laguna. Otro baile emparentado con aquel es el que se puede ver en la zona norte de la isla que es la Danzade las varas o de las Vegas que utiliza varas o palos en vez de cintas. Del mismo modo en Guamasa se entrecruzan estos palos adornados de flores, y en otros lugares se cambian por arcos. Las danzas son un elemento imprescindible en la celebración de cualquier fiesta y ésta aparición en nuestra romería no iba a ser una excepción. La procedencia del baile de las cintas hay que buscarla en las costumbres de las sociedades primitivas de bailar en torno a un árbol sagrado o en torno a una figura o símbolo divino. La dendrola­tría es la costumbre de adorar a una divinidad en forma de árbol o de piedra (monolito), y esta danza viene a ser el resultado final de una larga evolución que dio comienzo con los ritos primitivos de bailar en torno a un árbol o piedra, a decir de Esquivel Navarro, en lo que él denomina Danza del cordón. No es una costumbre exclusiva de Canarias ya que bailes similares los encontramos en el folklore de otras regiones peninsu­lares, ya sean hispanas o portuguesas. El bailar en las procesiones es por tanto costumbre antigua, ­siendo algo mas peculiar entre nuestras fiestas realizar el baile delante del santo, ya que es tradición de las romerías canarias, en­cabe­zarlas el ganado y no la divinidad.


Estas danzas que preceden al santo se efectúan al son de tambor, flauta y castañue­las o chácaras, y fundamentalmente y casi en exclusividad, se practi­ca en ritmo de tajaraste. El baile se realiza alrededor de un palo del que cuelgan cintas de colores que los danzantes enrollan y desenrollan mientras ejecutan la danza a su alrededor. Podemos encontrar reminiscencias muy remotas en las danzas cívico-religiosas que nuestros aborígenes realizaban en ocasiones principales, sin olvidar por ejemplo las que se ejecutan en la fiesta de La Candelaria. Nos refiere Bethencourt Alfonso que en la danza de las cin­tas, ahora como en los tiempos aborígenes, formaban la cuadrilla 14 individuos: 12 danzantes y 1 tamborilero, el cual toca a la vez la flauta, además del conductor del palo. Al compás del tamboril se dividen los danzantes en dos tandas de a seis, llevando cada una guía delantera y otra postrera, y marchan bailando dando dos pasos atrás y dos delante, trazando círculos alrededor de la pértiga en sentido inverso cada tanda, una sobre la derecha y otra sobre la izquierda, pasando por dentro y fuera cada vez que se cruzan. Estriba el mérito en trenzar o vestir al palo y luego desves­tirlo sin trabar la danza.

Los danzantes visten con camisas blancas adornadas con dos cintas de colores cruzadas en el pecho, utilizando el color de la cinta que entreteje en el baile, y según viejas referencias, en algunos pueblos del sur de Tenerife, como Adeje, se usó la presencia de una niña que seguía cada bailador cogida de una banda, muy adornada y bailando. En lo que a la romería de San Benito se refiere desde muy temprano en su cronología aparece en la fiesta un grupo de baile de las cintas que llevaba el nombre de San Diego, que de nuevo vuelve a dar nombre a una manifestación folklórica de Hemos sabido por uno de sus actuales danzantes que ese baile data de muy viejo, ya que según el informante, lo bailaba su padre y su abuelo y sin duda fue la primera en salir en la festividad de San Benito. No conocemos el origen del baile pero parece ser una promesa a San Benito lo que motivó la constitución de un grupo de devotos de la zona de San Diego para organizar un baile de las cintas. Comenzaron a bailarla los hombres y siempre ha sido tradición que las mujeres no danzaran, aunque en alguna ocasión, y por ausencia masculina, han sido ellas las danzantes. Este grupo no lleva sino tamborilero y chácaras o castañue­las, no apareciendo la flauta, y ejecutan básicamente el ritmo de tajaraste que es el único que se toca en la procesión del santo­, aunque también tienen otros toques distintos como pasodoble y la isa, desde luego de procedencia mas moderna. Se compone el baile de unos 12 danzantes, aunque también pueden ser más, y la indumentaria consiste en pantalón azul con una cinta roja a los lados, camisa blanca y lonas, y el escudo de San Diego en el lado izquierdo de la camisa.

El baile de las cintas de San Diego solo sale la víspera de la festividad, acompañando a San Benito en la procesión que realiza en los alrededores de su ermita, no teniendo la costumbre de salir en la romería.

Termino expresando el interés que todos debemos mostrar por evitar que nuestras fiestas tradicionales desaparezcan. La revitalización y el robustecimiento de ellas es primor­dial sin querer aferrarnos al pasado e intentar copiar lo que se hacía en el pasado, lo que se hacía de viejo.  Sin olvidar nuestras raíces, nuestro entronque primitivo, conociendo de donde provienen nuestras fiestas populares, debe­mos apostar por nuevas aportaciones, introduciendo ideas novedosas y modernas, para que la fiesta evolucione  y no se pierda con el transcurso de los años venideros.  

NOTA: Las imágenes fotográficas que ilustran este artículo son del fotógrafo lagunero Agustín Guerra y han sido cedidas para su publicación por su hijo Gerardo Guerra. El autor quiere agradecer la deferencia.

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