Los enarenados. Tinajo, Lanzarote.
El problema del agua en Lanzarote ha sido un continuo a lo largo de la historia. El aprovechamiento de la lluvia resulta excepcionalmente efectivo en los terrenos cubiertos por las cenizas de las erupciones volcánicas. En muchos casos, el agricultor tiene que hacer una excavación en forma de cono invertido, para llegar a la capa de tierra y poder plantar. Estos hoyos conforman el paisaje que hoy podemos observar en lugares como la Geria.
Ya se tiene constancia de los beneficios de este tipo de aprovechamiento de las arenas o cenizas volcánicas como mejora del cultivo desde 1734, en el texto de los Sínodos del Obispo Dávila y Cárdenas (1734), quien en su visita a la isla y con motivo del informe sobre los daños ocasionados por las erupciones de 1730-1736 dice: “Esta jurisdicción y sus tierras no han recibido daño del volcán, antes se han mejorado las campiñas con sus arenas”.
En 1910, José Lubary Medina, natural del Puerto de la Cruz, se traslada a la Vegueta de Tinajo, acompañando a su mujer, maestra nacional, que es destinada a esta población. El trabaja como administrador en la finca de El Patio en Teguise. José Lubary se da cuenta de los beneficios del enarenado en los terrenos y empieza a probar en plantaciones de piteras y cereales en Tinajo y La Vegueta. En Tinajo, los terrenos que fueron enarenados por Lubary, multiplicaron su cosecha aún con la escasez de la lluvia.
Lubary, construye railes para transportar montañas de arena volcánica en vagonetas, y enarenar con ella los terrenos, pero su empresa fracasa y se arruina porque nadie quería pagar por un recurso que podía adquirir de forma gratuita, y cargarlo con su camello y su mula. Su idea, sin embargo, es un rotundo éxito y se extiende facilitando la evolución de la agricultura en Tinajo y en Lanzarote.
Una de las habilidades menos conocida de Lubary es su faceta como zahorí, colaborando entre otras cosas, en la localización en los años 20 del lugar donde se excavó la galería de agua de Famara.
Lubary regresa a Tenerife en 1932 y fallece en 1945 a los 65 años de edad en el Puerto de la Cruz, su ciudad natal.
Texto: Alejandro Carracedo Hernández.