Aquellas casas de ‘niñas malas’

Una ciudad como Santa Cruz, con puerto de mar, es imposible que no tuviera casa de «niñas malas». De ahí que, a lo largo de la historia reciente de la Capital, la calle de Miraflores, la de la Curva y la parte baja de la avenida de San Sebastián concentraran en ese barrio cercano al muelle una batería de prostíbulos que han ido desapareciendo con el tiempo, por la expansión urbanística y porque, evidentemente, la prostitución se ha ido sofisticando con el paso del tiempo.

 

Hoy muchos inmuebles que albergaban muchachas que comerciaban con su cuerpo ya no están en pie. En su lugar se han construido modernos edificios y, en concreto, desde el Puente Serrador hacia abajo se levantará el Instituto Óscar Domínguez, todo una joya como espacio cultural, del que ya nos ocupamos en un reciente artículo.

 

Por aquella zona de San Sebastián y de Miraflores eran famosas, a mediados del siglo XX,  muchas casa de citas y algunas prostitutas de «reconocido prestigio», como «La Bolígrafo», «La Veneno», «La Gallega», o lugares tan conocidos con «El Quince», porque el inmueble estaba situado en ese número de la primera vía citada. También tenían renombre «El Palomar» y, frente por frente «El Palacio»; o «Casa Manolita», en la segunda calle mencionada o, por ejemplo, «La Blanca Paloma», en las inmediaciones del Cuartel de San Carlos, donde se prestaban servicios económicos a los soldados de Infantería.

 

Una de las más conocidas casa de «encuentros» fue «La Húngara», que estaba situada entonces en San Sebastián, donde luego se levantó la Clínica del doctor Matías Llabrés, padre de aquel gran médico que fue Lorenzo Llabrés Delgado y de su hermano Matías, farmacéutico, que era dueño de la oficina situada en la esquina de las calles Suárez Guerra y Viera y Clavijo.

 

Me han dicho que la casa de «La Húngara» todavía existe, pero ubicada ahora en el santacrucero barrio de Buenos Aires, en el arranque del Polígono Costa Sur, frente a la Papelera de Canarias, y que la fundadora de aquel establecimiento falleció hace tiempo, después de retirarse a vivir a un apartamento en la costa de Tacoronte.

 

En la calle de San Sebastián, esquina a la de Los Molinos, se encontraba el Dispensario Dermatológico, a donde acudían las «niñas malas» a hacerse revisiones médicas para prevenir y, en su caso, curar, diversas enfermedades venéreas. Ese centro, que ahora depende, creo, del Servicio Canario de Salud, se encuentra por debajo del Observatorio Meteorológico y de la clínica que fue de don Alberto Rodríguez López, ya en la confluencia con la avenida de La Salle, en cuyas proximidades estaban las sedes de las fábricas de tabacos «La Isol» y «La Antillana»,cuando el sector tabaquero isleño vivía momentos de claro crecímiento, no como ahora, en franco retroceso.

 

«La Mellada» y «La Paqueta»

 

Fuera del centro urbano de Santa Cruz siempre ha habido diversas casas de «niñas malas», y los famosos cabarets de La Cuesta de Arguijón, como «La Caracola», el ‘Tabares», y numerosas «barras americanas» situadas en la avenida de Ángel Romero y en la misma Vuelta de Los Pájaros. Una de las más famosas barras fue el «Condal», propiedad de una señora catalana que vivió algunos años en un edificio de la Cruz del Señor.

 

Una de las casas de mayor reputación (y nunca mejor dicho) fue la de Encarnación «La Mellada», un inmueble de dos plantas, situada al inicio de la antigua carretera de San Andrés, en las cercanías de donde hoy está ubicada una gasolinera de ‘Texaco», frente a «Ligrasa», cerca de la Escuela de Náutica y poco antes de llegar a Valleseco.

 

Por allí pasaba la pequeña locomotora de Añaza, que hacía un singular recorrido entre la cantera de La Jurada y el muelle y que, a partir dé los años cuarenta, dispuso de vagonetas nuevas, para transportar el material necesario para la ampliación del dique del Sur, vagonetas que importó la empresa «Contratas Canarias», de Maximino Acea, compañía de la que fueron directivos, entre otros, Pedro Alemany y el ingeniero Muñoz Reja.

 

La casa de «La Mellada», que no estaba encalada y que lucía un discreto color cemento, fue sede de numerosos encuentros «amorosos», a la que acudían gentes de perras y no tan pudientes del Santa Cruz de entonces, porque evidentemente el lugar estaba apartado de la ciudad y las cosas se hacían con mayor disimulo.

 

Una vez jubilada, ya mayor, Encarnación se le veía frecuentemente paseando por la Alameda y hablando en Los Paragüitas con Alonso El Chino, propietario del restaurante «Shangai», situado en la calle de La Marina, luego explotado por su hijo Enrique, un establecimiento entrañable, donde se preparaba buena comida casera y se servían los mejores whiskies de todo Tenerife, porque el hielo se hacía con agua pura y en los vasos donde se ponían los escoceses no albergaron nunca otro tipo de bebida. Era uno de los «secretos» de la casa.

 

Otro de los lugares a donde acudían los hombres necesitados de comprar sexo era el chalet de  «La Paqueta», situado en la avenida de Benito Pérez Armas, muy cerca de donde años después se levantó la sede provincial de la Compañía Telefónica Nacional de España, en las inmediaciones de la Prisión. «La Paqueta» llegó a tener una sucursal en La Laguna, en la entrada del barrio del Coromoto, muy cerca de la Autopista del Norte, a un tiro de piedra de la gasolinera de la «Mobil». Según tengo entendido, en aquella casa había incluso un piano de cola, probablemente regalado por un cliente vip, que en alguna ocasión sirvió de escenario de alguna bacanal. Un amigo mío, ya entrado en años, me comentó recientemente que, hace muchos años, una pandilla, de la que él formaba parte, que había salido de fogalera por ahí, entró en la sucursal lagunera de «La Paqueta» y una de las internas les hizo un numerito encima del teclado.

 

Por Paco Pérez – Publicado el 19-04-2001. En la Gaceta de Tenerife

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