La Envidia
Es una vieja enclenque, astrosa, pordiosera.
Pasa por la vida, cubierta de harapos… Su corazón es el de un ave de rapiña; su alma, guarida de alimañas. Diríase que la envidia porta la caja de Pandora…
La envidia no tiene el provecho de la avaricia, que, silenciosa, esconde sus tesoros, sino que vive corroída, atormentada, podrida, exhausta. Siempre su corazón está sangrando.
Acaso transite la existencia, callada, cabizbaja, meditativa; más, su pensamiento padece el dolor implacable dé la más grande acaso de las torturas.
Vegeta, como todos los vicios, en el fango. Vive como los búhos y murciélagos en la sombra, que es su ambiente, su clima… Su silueta se dibuja en el seno de las tinieblas.
Los envidiosos son mendigos vergonzantes, que se recatan en el interior porque temen la vergüenza pública…
La envidia es una pordiosera, que se cala unas ahumadas antiparras… La mejor definición de la envidia es la hecha por un autor contemporáneo, que ha dicho: ‘»la envidia es la forma bastarda de la admiración….
Francisco Villaespesa – un gran pirotécnico de la lírica moderna – ha cantado, refiriéndose á sus adversarios:
«Yo apagare el rumor de mis diatribas
con la salva de aplausos de mis versos»
A veces la envidia engrandece subjetivamente lo mediocre, bajo y abyecto. La envidia es una ceguera, aunque, a ratos, vea claridades, donde sólo está el caos.
La envidia se arrastra, super pectus, como la serpiente. Su lengua fe es la diatriba. Acaso sea la envidia la esclavitud de los impotentes.
Muchas veces la envidia es una rendición, un tributo.
Sebastián Padrón Acosta.