Datos históricos del Puerto de la Cruz
I
No hay en todo el archipiélago canario otro pueblo de mar con más marcada estampa de novelesco y romántico que éste, fundado por el regidor Antonio Luzardo de Franchi, en 1604 y en la antigua Caleta de Cuaco, que ocuparon las gentes marineras de origen portugués.
Desde una generación a otra, jamás ha percibido su vitalidad. Es lugar con honores de villazgo y conserva fuerza de rasgos, de acento y de sentimientos benefactores para cuantos se hospedan y llegan hasta sus playas bienhechoras que, guardadas, lamen las olas turbulentas del viejo océano.
Como gaviota revoloteadora, humedecida por la sal Arautápala, se posa mayestático a descansar sobre una planicie volcánica, entre dos roqueras puertas. De día, al recibir la luz solar, huye del poblado la cenicienta melancolía y se va hacia el valle a convertirse en nubecillas blancas.
En noches, con una pleamar cantora, se halla colmado por dulcísimos halagos de viento suave y rítmico, al claror de la luna duerme sus sueños de dama gentil muy indolente. El Puerto de la Cruz es «la llave de la isla», como dice cierta Real Cédula, y es tema atrayente, para el turista contemplar en las .mañanas veraniegas aquel reparto de pesca a las mozas revendedoras cuando sus canastillas quedan colmadas para marchar en busca del jornal cotidiano.
Los pescadores portuenses están saturados de santas rebeldías, de feroz majestad y acre sabor, sintiendo el peligro de los naufragios; tristes y humillantes, ante la bonanza de los tiempos y antireligiosos, frente a su Virgen del Carmen o Gran Poder de Dios a quien llaman «El Viejito» y le apostrofan insolentemente.
En los siglos heroicos sus ancianos castillos vieron cómo los piratas no sacaban partido alguno al querer robarse las muchas embarcaciones que acudían al «limpio de las Carabelas» para cargar de las famosas malvasias. Los férreos cañones supieron cumplir como buenos defensores; pero…, ¡oh el destino!, dos de estos veteranos yacen abandonados en la antigua plataforma de San Telmo, donde aún se levanta la ermita del santo, fundada por el Gremio de Mareantes y rodeada de unos parapetos que contenían empalizadas de pito-tea.
La iglesia parroquial es templo hermoso con columnas elegantes, toscanas, y retablos bien tallados y dorados artísticamente.
El dedicado al Gran Poder se halla enriquecido con pinturas del famoso retratista de la Cámara del rey don Fernando VII. don Luís de la Cruz y Ríos, hijo de este pueblo, autor de los lienzos que adornan el pulpito, no dejando de tener un valor artístico los cuadros que lucen en la capilla de San Patricio, debidos al pincel de los canarios Quintana y Miranda, a más del La concepción. de que es autor el celebre Atanasio.
Posee esta Iglesia la Cruz, que es patrona del pueblo – forrada de plata – la propia que dice la tradición fue colocada por los conquistadores, en una de las peñas que formaban la boca del puerto, al firmarse la paz, en los llanos de su nombre, entre españoles y guanches; un Santo Domingo de Guzmán, obra del escultor Lujan Pérez, y delicado altar hecho a la puntilla, con maderas preciosas, de estilo flamenco, donación del almojarife[1] de la Aduana Real, don Juan de Montemayor.
II
En lo alto de la sierra tramontana se encuentra el santuario de San Amaro, entre un bosque de plátanos del Líbano, con la hermosa quinta de los Cólogan; y abajo, a su planta, el soñador puerto de Martiánez, resguardado por macizos ingentes de defensa; su manantial de aguas cristalinas, la cueva-palacio del mencey, algo separada del cementerio guanchinesco y con boca abierta al frente.
Dentro del cañaveral aún subsiste la casa del famoso Martín Yanes, y al pasar el barranco, que en otros tiempos fue lugar de terrores y zozobras para el caminante, está el Thermal- Palace con el teatro y comedor para bañistas y singularizado por la gran galería que mira al paseo de los rugosos tarajales.
Sigue a pocos pasos la avenida de Aguilar y Quesada, bordeando el barranco, orlada de palmeras y a su frente la plazuela de Viera y Clavijo, que presta sombras al magnífico hotel Martiánez.
Sobre el monte Miseria, orgulloso como un Quijote, nos queda el Gran Hotel Taoro, cantándonos lindos madrigales o endechas de amor platónico, lleno de alamedas y entretejidas guirnaldas de flores. Parece un castillo fantástico, una milenaria fortaleza, un lugar de cuentos de hadas…
A San Antonio d de los Portugueses hay que subir para pasear en sus espléndidos jardines y respirar el aire balsámico que allí corre sutil.
Todo en este sitio es vida, todo en él tiene grandiosidad. Las casitas pintorreadas de azul o blanco se amontonan a lo lejos de la campiña; el platanal verdinegro, la raquítica viña y el salteador trigal nacen y crecen entre las flores silvestres con sin igual lozanía.
Al correr la vista al naciente está nimbada de luz la iglesia protestante, con la vivienda de el pastor anglicano a sus espaldas; luego, a poco trecho, vemos la biblioteca británica y el Club que sostiene la colonia de la vieja Albión.
Del camino antiguo y por entre matorrales, que hoy han sido convertidos en terrenos productivos su mayor parte, llegamos al paraíso de los bienaventurados, al jardín de las Hespérides, siguiendo carretera arriba y después de haber pasado un puente y el tope de la calzada, empedrada por los presidiarios.
El Jardín de Aclimatación es un establecimiento de perfumes y oro. Millares, de árboles, plantas y arbustos lo pueblan. Hay en él calles. canales, torres, fachadas de palacio»…todo de follaje, todo de aromas, todo de colores…
El jardín es un encanto, es un ensueño, es la paz y la propia vida unidos y que jamás fallecerá.
III
Existe al Poniente una gran peña firme y negruzca como un ébano, llamada El Peñón de el Fraile, y de este peñasco muchas viejas cuentan singulares historias, leyendas y tradiciones.
Canosos y arrugados viejos dicen que la escalera fue mandada a fabricar por un genovés rico, para dar trabajo, allá por el siglo XIX, en sus comienzos, a gran número de guerreros indigentes que emigraron a este pueblo, y un grupo de curiosos nos habla de que en el había una lápida con poética inscripción que aludía a su edificación; pero que cierto parrandista trasnochador y de oficio sombrerero soñó que bajo de ella estaban las onzas de oro de los Lavaggis, y al punto desapareció de el sitio aquella joya para siempre.
Añade un muchacho labriego que la glorieta que cobija el Santo Madero, según oyó contar a su abuela, la fabricó más tarde cierto caballero un tanto descreído en materias religiosas, por negarse a hacer la fíesta de la Cruz Parroquial— de la que era prioste—, y con tal motivo no podía conciliar el sueño, pero quiso pagar la deuda e invirtió los derechos de función y posesión en aquella obra y luego durmió como un justo.
¡Cien pesos por recobrar el sueño!
Del Peñon del Fraile, paneles carcomidos nos traen otras más lejanas noticias.
El lego icodense Juan de Jesús hacía sobre esta roca ingente sus meditaciones y observaba los tiempos para que el pescador no se hiciese a la mar.
Después de todo en ella se inició un Observatorio de costa que bien pudiera el Gobierno establecerlo, o el faro que hace años venía figurando en presupuesto y ha pasado al olvido.
El cementerio protestante y católico son los dos lugares de recogimiento que acompañan al Castillo de San Felipe. Centinela y testigo de todas las edades, aun está en píe como un guerrero, orgulloso de sus triunfos y laureles.
Notable por su antigüedad y arquitectónica construcción, es digno de visitarse. El viejo caserón pide le tiendan protección; el llora su infortunio, el se siente desfallecer…
Hay que pasar el barranco, que en otras edades se llamó de Taoro, para llegar a la finca «Los Frailes».
En ella existe un tupido bosque de palmeras, prados y andares preñados de flora indígena. En día existe el rico pozo de Machado, que da un caudal de aguas, un caudal de «maná» que vale más que el plateresco Potosí.
No a poca distancia y sobre la Punta Brava, está fundado el Lazareto, que sirve de estación sanitaria y desde donde se contempla, al caer de las tardes claras, el sol amortiguador tras la silueta de la isla de San Miguel de la Palma, como una antorcha de finos granates.
IV
Los paisajes del Durazno, Las Arenas, Vera y Dehesas, no tienen que desear a los del rincón más bello del orbe.
Corónanlo un grupo de montañas y les sugestiona la figura del Teide que, a lo lejos, se ve pregonando sus infinitas grandiosidades.
El Teide, visto de la Montaña de la Horca, de la vieja fragua incendiada en tiempos que Colón marchaba a las Indias y que la tradición nos señala como verídico suceso, es la propia «Columna del Cielo» de que nos hablan los geógrafos antiguos, los poetas helénicos; y ante este coloso hay que descubrirse, hay que entonar homérica estrofa, porque el ilustre Humboldt nos lo ha dicho: «Es de los volcanes más notables y curiosos del mundo.
Desde la -Montaña de la Horca podemos contemplar lo que el notable médico y cirujano don Tomás Zerolo dejó por memora en su discurso «Orotava-Vilaflor».
Su clima, al copiar lo escrito por las mayores eminencias, es el mejor de Canarias, y sus hijos ilustres, al repetir sus méritos, también pregonan la superioridad en talento, que superan a cuantos otros han nacido en estas peñas atlánticas, salvo, desde luego, honrosas distinciones.
V
Los Iriarte, Bethencourt y Cruz y Ríos servirán de ejemplo a las futuras generaciones.
El Puerto ha tenido siempre algunos bienhechores o distinguidos padres de la patria que se han esforzado por embellecerlo.
Tipos de esta clase lo son: un Blasco, un Valois, un Cólogan Fallori y un Arroyo y Ordecha, el lo antiguo; y en lo moderno otro Cólogan, que dio a su pueblo natal hombre distinguidísimos en las carreras de las armas t diplomacia.
Tuvo este solar ribereño un “apostol del arbolado, don Domingo Aguilar y Quesada; otro de la enseñanza, el benemérito don Benjamín J. Miranda, y aquel “padre de los pobres» que se llamó don Juan Gonzáles Martel, médico y cirujano afamado, quien durante su carrera profesional enjugó muchas lágrimas y mitigó grandes pesares – a imitación del inolvidable galeno don Julián Delgado – Ambos murieron y sus nombre llegaron a la posteridad como un salmo vivificador
Recuerdos nos ha dejado el monasterio de Santa Catalina, devorado por las llamas en el Carnaval de 1925. Dentro de sus espaciosos claustros vivía austeramente la sierva de Dios sor Antonina, cuyos despojos mortales reposaban en el cerco, dentro de su arcón que olía a santidad.
Su celda fue convertida en salón de actos por el Ayuntamiento y contenía un hermoso tapiz, representando la fundación del pueblo, obra delicadísima de la pintora genial doña Lía Tavio. su ermita, además del célebre cuadro de las Angustias, de Van Dick., de la urna del señor difunto, tallada por el discípulo de Verant, don Manuel de la Cruz, que desapareció, y de otras joyas de mérito artístico, servirá para levantar en ella el Palacio Municipal en su día, puesto que ha sido comprado el solar a la Mitre tinerfeña en 20.000 pesetas.
Del ex convento franciscano, donde se distinguió Fray Juan de Jesús y el padre Guzmán, sólo nos queda la antigua capilla de San Juan Bautista, (primer templo) y la nave mayor. Sólo de notable existe en este templo un cuadro pequeño al óleo, donación de los Nieves Ravelo, que adornaba el pulpito, conteniendo otra de autor estimado a su respaldo, y el de Animas, un poco deteriorado, debido al pincelde Quintana «el Canario».
VI
Después del comercio de los vinos, de orchilla y cochinilla, vino a engrandecer su agricultura el tomate y el plátano, que se exporta en gran escala por sus raquíticos muelles y desembarcadero «El Penitente».
Hoy los ingleses son los principales especuladores del negocio, tales como las Casas de Fyffes Limited, Yeoward y Dan Wille, no dejando de señalarse a los alemanes que representa don Jacob Ahlers, y la noruega, de Thoresen.
Son millones de pesetas a lo que asciende en la actualidad este lucrativo negocio,
¡Lástima grande que los cosecheros no se uniesen como un solo hombre, y decididos hicieran pata sí una Empresa que pugnase a las extranjeras! Tal es el Puerto de la Cruz, tal lo es y seré siempre, con marcada estampa de novelesco y romántico. El fundado por Luzardo de Franchi a orillas de las playas de la encantadora Arautápala no es otro que el mismo de ogaño y el propio de antaño, porque en sus fiestas de carnaval parece a una pequeña Niza, en las del Gran Poder, la toma de la Bastilla; en la de su patriarca la Santa Cruz, la propia Troya, la…
¡No hay en todo el archipiélago canario otro solar marítimo con mayor vitalidad y más pletórico de rebeldías como mi pueblo natal!
19 de septiembre de 1926, revista Hespérides.
Así, era mi Puerto de la Cruz, ya casi no nos queda nada, solo el recuerdo, de un pueblo que, en todo el Archipiélago no había otro.