PUERTO DE LA CRUZ – EL PRIMER PROCESO INQUISITORIAL DE ESPAÑA TUVO LUGAR EN LA CIUDAD EN EL SIGLO XVIII

(publicado en La Prensa/El Día el 6 agosto 2005)

El Puerto de la Cruz, por ser protagonista del primer episodio histórico en la España del siglo XVIII de un atentado contra la independencia del pensamiento dogmático del hombre, puede arrogarse el derecho de ciudad referente de librepensamiento, aunque con ciertos matices documentales.

El término librepensamiento nos traslada a los movimientos filosóficos de los siglos XVII y XVIII, usado por los deístas, como Anthony Collins (1676-1729), uno de los primeros librepensadores de Gran Bretaña. En España, desde los inicios

De 1880 este movimiento ideológico, cuya doctrina reclama para la razón individual independencia absoluta de todo criterio sobrenatural, contó con varias organizaciones en nuestro país. La masonería o francmasonería, según definición de la Enciklopedio de Esperanto, editada en Budapest en 1933 es “comunidad de hombres que piensan libremente, ubicados en logias. Su origen se halla en los gremios medievales de los albañiles. La construcción se entiende en sentido moral. Su constitución es de 1723, escrita por Anderson. Frecuentemente atacados, debido a consideraciones políticas y religiosas”.

Estas dos instituciones de hombres que piensan libremente aparecen profundamente ligadas, como queda de manifiesto en la crisis de los últimos años del siglo XIX de la masonería coincidente con la decadencia del movimiento librepensador, donde las ideas de éstos son paradigmas en el discurso masónico.

Los aires del cosmopolitismo y el liberalismo llegaron a este territorio a través de las sucesivas corrientes de comerciantes extranjeros que se avecindaron y de numerosos viajeros de tránsito portadores de las nuevas ideas que entraron por su puerto marítimo y comercial, abierto a las influencias de toda índole ideológica y cultural externas, como la Ilustración en el siglo XVIII, o la Masonería, en cuyos períodos los librepensadores vieron en la razón el elemento esencial del progreso.

La masonería se introdujo en España con la invasión napoleónica que propició su profusión y su creación de logias por todo el país, ocurriendo otro tanto en las Islas con la primera logia de Canarias Respetable Gran Logia Metropolitana de los Comendadores del Teyde, fundada en 1816 en Santa Cruz de Tenerife, tras la partida de los franceses y la llegada de aquellos españoles prisioneros iniciados en Francia que, al retornar a su patria fueron el eje divulgador de la masonería.

Pero como no es mi propósito historiar la masonería en Canarias, ni siquiera la correspondiente al Puerto de la Cruz, que aplazo para otra ocasión, me limito a relatar el acontecimiento que, como refería al inicio de este anunciado, se produjo en dicha ciudad hace la friolera de más de un cuarto de milenio. El hecho confiere cierta relevancia en la historia de la masonería canarias, por ser el primer proceso inquisitorial de España, por parte de un tribunal de la Inquisición establecido en las Palmas de Gran Canaria, en marzo de 1739, contra un individuo católico, capitán de corbeta y comerciante irlandés, de nombre Alejandro French Linch, afincado en el Puerto de la Cruz y acusado por su paisano Patricio Roch, de ser francmasón, condición ésta a la que valientemente nunca renunció.

El perfil de los protagonistas y la película del suceso están elaborados siguiendo fundamentalmente a prestigiosos y expertos autores como Manuel Paz Sánchez y otros.

Alejando French, el implicado, nació en Dublín entre los años de 1712 y 1713. Criado en el seno de una familia católica, a la edad de 16 años ya se encontraba en Sevilla residiendo como asistente del mercader Olivero French, su pariente. El conocimiento de la lengua madre le facilitó el empleo como intérprete de la Armada en Cádiz, ciudad en la que quedó instalado, participando, incluso, el 5 de julio de 1732, en la expedición a la ciudad argelina de Orán. En 1733, realizó su primer viaje a Canarias “donde no tardaría en establecer contactos comerciales con algunos de sus paisanos, ya situados e inmersos plenamente en los circuitos comerciales vitininícolas, en especial con las colonias británicas de América del Norte. Sea como fuere, el irlandés arribó definitivamente a Tenerife a principios de junio de 1735, y consiguió entrar por la puerta grande de los negocios, pues se granjeó el apoyo de don Francisco José de Emparán, nombrado a la sazón comandante general de Canarias, y, sobre todo, de su hermano Antonio Emparán, quienes trataron de fomentar las expectativas comerciales del Archipiélago.

En 1736, nuestro biografiado es un eslabón más dentro de la cadena mercantil Canarias-Inglatera que, por su condición de católico y súbdito del Reino Unido, le permite participar sin mayores dificultades en el comercio triangular Canarias-Madeira-Norteamérica. En ese mismo año partió del Puerto de la Cruz “con su barco cargado de vinos y la misión de construir, por cuenta de sus consignatarios, una corbeta en los astilleros de Boston”.

Una vez retornado de su viaje al Puerto de la Cruz, el 30 de julio de 1738, declaró ante el escribano portuense Gabriel del Álamo y Viera-padre del insigne José de Viera y Clavijo y cargo que desempeñó de 1733  a 1756-haber adquirido y fabricado en Boston un navío nombrado Emparán y una balandra llamada Don Antonio, y que ambos barcos, junto a su carga de vinos, pertenecían al rico propietario de La Orotava, Juan Domingo de Franchi. En este viaje, envanecido por la aureola de su iniciación en la Royal Exchange Lodge de Boston, acontecido en 1738, el irlandés no sólo trajo ciertas insignias masónicas sino comentó con sus más íntimos su calidad de miembro de la citada logia.

Al año siguiente de 1739 se encontraba nuevamente en Massachussets, y a mediados del mismo celebró la festividad de San Juan Bautista con sus hermanos francmasones, un acontecimiento de significación especial de la Orden. Congregados marcharon en procesión a la residencia del gobernador, revestidos con las insignias y atributos masónicos. En las distintas recepciones fueron agasajados y disfrutaron de concierto y suntuosa cena a la que asistieron destacados civiles y militares de Boston.

En 1740, después de haber realizado dos viajes a Madeira, Frech regresó al Puerto de la Cruz, momento éste en que es detenido por el alguacil mayor de la Inquisición José Machado.

La detención derivó del proceso iniciado en marzo de 1739 por el comisario de la Inquisición de la Villa y Puerto de La Orotava, Ignacio Hernández del Álamo, como consecuencia de la denuncia presentada por su paisano Patricio Roch, mercader de 36 años de edad que se presentó voluntariamente al ver fijado en la puerta de la iglesia de La Peña de  Francia la Bula de Clemente XII que condenaba la masonería. Esta delación fue ratificada por Patricio Ward, elemento éste a quien movía únicamente el afán de venganza con Alejandro French, su antiguo capitán, como confesó en el lecho de su muerte en Irlanda.

Patricio Ward, irlandés, capitán de la corbeta Emparán surta en el “Limpio de las Carabelas” frente al Puerto Nuevo, recién llegado de Boston, corroboró las palabras de Roch, pues según dijo, había visto a French “con la insignia o divisa que usan los de tal compañía, que es un delantalcillo de cuerecillos atado a la cintura, que cae cerca  de las rodillas por la parte delantera del cuerpo (mandil) y que portaba en una mano una paleta y en la otra una cuchara, insignias de pedrero, que es la significación en nuestro idioma castellano de las palabras free masons o libre pedrero; y añade que el parece que los tales están juramentados entre sí, para no descubrir el secreto del fin a que se dirige su compañía”.

El tribunal del Santo Oficio, consideró de pecaminosa osadía la exhibición de tales insignias. El acusado declaró que “tenía por patrones a los señores San Juan Bautista, el principal, y el segundo San Juan Evangelista, en memoria de que el Bautista echó la primera línea del Evangelio y el Evangelista otra paralela o igual, y el día del Bautista, como patrono principal, se elige hermano mayor, y se hace convite grande con función de música en la misma posada o mesón donde se suelen juntar”.

Mucho debió influir su inteligente y hábil declaración ante el tribunal de Las Palmas, pese al documento papel de fecha 28 de abril de 1738 que limitó el crecimiento de la masonería en España y, por el contrario, benefició al encartado por haber sido promulgado posteriormente a su afiliación en Boston, prohibiendo a los católicos pertenecer a la masonería. A esto hay que añadir la falta de antecedentes, la enfermedad que contrajo durante su retención de tres años en Las Palmas entre 1740 7 1742 y, en definitiva, su buena disposición a colaborar con sus jueces le condujeron a la absolución del delito de herejía, tras comunicársele que “en adelante no concurra en manera alguna a las referidas juntas o conventículos, y que cumpla enteramente por diversas razones a las sociedades de francmasones (Liberi Muratori)-, bajo las censuras y penas expresadas en ella y las demás que haya lugar en derecho.

El caso represente un hito que traspasa las fronteras del Puerto de la Cruz, donde su principal implicado, un católico irlandés de mediana edad y uno de los muchos hombres dedicados a la actividad mercantil y al transporte de los caldos canarios a América del Norte, padeció cárcel y enfermedad, por la persecución del Santo Oficio, que nunca entendió de libertades de pensamiento ni de religiones fuera de la católica y apostólica romana. Pero no menos perversos fueron sus traidores compatriotas Roch y Ward.

Melecio Hernández Pérez

 

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