Lo que las piedras cuentan

Castillos de Lanzarote: Torre de las Coloradas y Castillo de San José

por Agustín Pallarés Padilla


Castillo de las Coloradas

A comienzos de 1741 fue enviado a Lanzarote por el entonces Capitán General de Canarias Andrés Bonito Pignatelli, que había tomado posesión de su cargo poco antes, el ingeniero militar Claudio de Lisle con la misión de fijar el lugar en que se habría de construir una pequeña fortaleza o torre que se tenía proyectado hacer al sur de la isla en el estrecho de La Bocaina. Para tal fin eligió el citado funcionario la Punta del Águila, un promontorio que alcanza una altura de unos 15 m sobre el nivel medio de las mareas desde el que se domina prácticamente toda la costa de la isla correspondiente al estrecho citado. Las obras se llevaron a cabo con toda celeridad, pues habiendo sido iniciadas en ese mismo año de 1741 ya estaban terminadas al año siguiente.

La forma de esta torre es troncocónica, con un diámetro en la base de unos 14 m y una altura de poco más de 8 m sobre el suelo. La puerta de entrada se abre a media altura de la pared por el lado que mira hacia tierra, accediéndose a la misma mediante una meseta escalonada separada del edificio sobre la que se tendía el puente levadizo.

El interior del edificio se dividía en dos grandes salas superpuestas, la superior que servía de alojamiento a la tropa, a la que se entraba, una vez traspasada la puerta exterior y un pequeño pasillo que seguía a continuación, cubierta por el techo en bóveda de cañón del castillo, con el piso de madera, que se hallaba sostenido por un grueso pilar central de sillería apoyado en todo su perímetro en un saliente de la pared. A los lados tenía esta sala dos pequeñas habitaciones, una frente a la otra, y en la pared del fondo un ventanuco para permitir la entrada de la luz exterior.
La sala inferior, que servía de almacén, era de menor amplitud, y su techo era el piso de madera de la sala de arriba, disponiendo, como la superior, de un ventanuco para permitir, asimismo, su iluminación diurna.
En este nivel inferior se encontraba el calabozo y el almacén de la pólvora. Luego en lo alto, por encima de la bóveda, en el grosor del techo, había dos cisternas situadas en posición diametralmente opuestas, cuyas bocas, protegidas con las correspondientes tapas de madera, se abrían en la azotea.

En 1749, apenas siete años después de su construcción, recibió ya la pequeña fortaleza su bautismo de fuego. Dos jabeques argelinos dotados de una tripulación de unas cuatrocientas personas atacaron la torre, y después de rendir la guarnición redujeron el maderamen interior del edificio a cenizas, quedando con ello la fortaleza totalmente inhabilitada para realizar su función ofensivo-defensiva, en cuyo estado se mantuvo durante veinte años.


Fue, pues, en 1769, siendo Comandante General del archipiélago don Miguel López Fernández de Heredia cuando fueron reparados por el ingeniero Alejandro de los Ángeles los desperfectos sufridos en 1749, quedando con ello de nuevo el fuerte en normales condiciones de operatividad.

Al finalizarse estos trabajos se colocó sobre la puerta de entrada una placa con la leyenda siguiente:
REINANDO EL SR. D. CARLOS III MANDANDO ESTAS ISLAS EL EXCMO SR. D. MIGUEL LOPEZ FERNANDEZ DE HEREDIA MARISCAL DE CAMPO SE REDIFICO ESTA TORRE DE SAN MARCIAL PUERTO DE LAS COLORADAS PUNTA DEL AGUILA AÑO DE 1769.

En este letrero se observa un error de identificación de la torre al llamarla ‘de San Marcial’, ya que se trata de una confusión con el castillo betancuriano al creerse entonces erróneamente que el de los franceses se había construido en este mismo lugar.

Castillo de San José. Las obras de este castillo se comenzaron en abril de 1776 siendo Comandante General de Canarias Eugenio Fernández de Alvarado, marqués de Tabalosos, corriendo el proyecto a cargo del ingeniero Andrés Amat de Tortosa.
 

Al frente de las obras fue puesto en un principio el ingeniero José Arana acompañado del teniente de artillería Rafael de Arce y Albalá, pero en octubre de ese mismo año cesó Arana al marchar a la Península, quedando al frente de las obras el mencionado teniente de artillería, y en ejecución material de las mismas el maestro mayor José Nicolás Hernández con su cuadrilla de obreros. El teniente Arce cesó a su vez en estas funciones el 30 de julio de 1778, figurando en las etapas finales como técnico director de la obra el ingeniero Alfonso Ochando.

Se dice que la construcción de este castillo obedeció más a una gracia del monarca Carlos III concedida para aliviar el estado de miseria reinante entonces en la isla dando trabajo a parte de la población –de donde el título de ‘fortaleza del hambre’ por el que fue también conocido–, que a necesidades defensivas propias de su carácter militar. 

Su planta es de forma cuadrada entre el frontis, que mira hacia tierra, de 35 m de largo, y los laterales rectos, de unos 15 m, en tanto que en el resto o parte trasera, que da hacia el mar, es curva en arco de circunferencia. 

Consta en primer término de dos amplias cámaras alargadas en sentido transversal, que ocupan algo más de la mitad anterior del edificio, con techos en bóveda de cañón de sólida sillería de roca basáltica y piso empedrado, a las que se denominaron cuartel alto y cuartel bajo al hallarse una sobre la otra. En la mitad de la derecha de la primera de estas salas, accesible directamente por el portalón de entrada del edificio, se encontraban los dormitorios de los oficiales y la cocina, y en la segunda, a la que se llegaba a través de una escalera del mismo material, que se inicia en el lado izquierdo de la puerta de entrada, el dormitorio de los soldados. En el resto de la planta alta estaban, a la izquierda entrando el calabozo o mazmorra, a continuación el aljibe, cuya boca se abría en la plaza de armas o azotea, protegida por una recia tapa de madera; en el centro, el depósito de efectos de artillería, y en el lado derecho el almacén de la pólvora.


El acceso al portalón de entrada se efectuaba mediante una escalera de piedra separada de la fortaleza, que quedaba unida a la puerta mediante un rastrillo levadizo que salvaba un foso seco de unos 4 m de anchura que corría a lo largo del frontis del edificio. En la plaza de armas, de piso enlosado, cuyo acceso se efectúa por una escalera, asimismo de sillería, que se encuentra a la derecha de la puerta de entrada se construyó, en cada extremo del frontis, una garita, y entre ambas, en el centro, una espadaña. En el parapeto que circunda al castillo se abren once cañoneras, dos en el frontis, otras dos en cada lateral recto y cinco en la parte curva trasera.

Hacia mediados del siglo XIX dice Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de esa fecha, sobre esta fortaleza, después de ensalzar la solidez de su fábrica, que “monta 12 cañones de bronce, pero que tiene la desventaja de poder ser dominada por una batería que se construya en las colinas que se hallan a tiro de fusil por el frente de su puerta y foso”, a lo que añade:“Además desmerece mucho de su importancia por razón de la elevación a que por la parte del mar están sus fuegos; pues que los buques pueden introducirse en la bahía lamiendo el pie del risco sin ser incomodados ni en la entrada ni en la salida, hasta cierta distancia que los proyectiles son siempre menos certeros y menos eficaces.

Finalmente decir que en 1976 fue instalado en este castillo, por iniciativa y obra de César Manrique, el Museo de Arte Contemporáneo, modelo de esta clase de establecimientos en Canarias.

NOTA: Este artículo fue publicado originalmente en el blog de su autor Prehistoria, Historia y Toponimia de Lanzarote, Canarias

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