CUENTO DEL DOMINGO “La Lucharona”

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Lucha Canaria

Va de cuento: Muy mujer lo era, y tanto, que se tiene noticias existió.  Como el relato, con el correr del tiempo, formó historieta, la vulgar  narración del suceso le trocó en lo que hoy es.  Suprimiremos el nombre propio de la protagonista para dar a conocer la inaudita proeza que llevó a cabo.

I

–Un terrible marimacho lo era la maga del tiempo de mi mocedad; mujer casada y con hija a la que aun no he conocido. El diantre sin cuernos me confunda, si, en la época de su vivir juvenil, andaría suelto ningún chasnero por estas “Bandas del Sur”, el que, de momento, lidiase con ella.
–¡Fué la diableja una luchadora celebérrima!
–Pero… La forzada mujer, ya hecha polvo está, y, por esto, con lengua expedita podemos platicar, como buenos amigos y también respirar.
¡Los del otro mundo ni oyen, ni siquiera comen a nadie! ¿Qué tal será la
maga que dejó para muestra?

… … … … …

Lo atrás suscrito, lo narrado con trazas de diálogo y pacíficamente, le referían sentados en la era-alta dos viejones secos; cho Luis y cho Pancho, amigos inseparables, buenos luchadores en su tiempo y ante el corro que atentos les escuchaban. Como se trataba de realzar las dotes de una mujer, he aquí que el labriego no pierde jamás detalles que observar.

Atentos estaban todos y la apología, de sabor apocalíptico, había de finalizar para formarse la luchada nocturna y al aire libre.

Y así sucedió. Forzudos mozos habían llegado a agarrar o a pegar en aquél terrero, aun cubierto del tamo fino, aventado y con motivo de las trilladas del granó, desde la primera quincena del mes anterior, o sea, del de la fiesta de San Juan, y allí estaban en espera. Vino la agarrada. El juego había subido a su mayor altura de expansión. Bregábase de lo lindo y tanto, que, uno de los atletas, pronto se quedaba dueño y señor del terrero. El agraciado se gozaba, por haber tumbado, cual viento a paja, más de una docena, y en tres sopladeras; en media hora, aproximadamente, y en lucha franca, quedó este mozo soberano del terruño aronero, pasando a ser ensalzado como lo merecen los invencibles.

Felipillo, este era el gracioso nombre del héroe. Tenía su casucha en el valle de San Lorenzo, y la pata, en esa noche, en la era-alta. Felipillo era el guapetón, tirador de hombres que se había cargado a Florencio “el del Roque”; el decirlo a pensarlo es mucho, pero…Florencio, el caído, venía a platicar con la hija que dejó la marimacho, con la maga, y he aquí que, por casualidad, se encontraban los novios reunidos entre los del corro donde peroraban cho Luis y cho Pancho, con grato placer de los concurrentes.

II

Profundo silencio reinaba en toda la era alta. El del Roque había perdido, desde esa noche, la merecida fama de su alcurnia tan tibiamente.

De pronto, algunas muchachas y viejas divertían el corro con sus chanzas y punzantes sátiras; muchas con puntas dirigidas a cada cual de los espectadores y en tiempo oportuno.  Florencio recibió su buena parte, por lo que estaba escamado, y su
hembra se sentía herida, pudiendo ocultar el estado de indignación, de corrida, de avergonzada, pormenor y detalle de su pundonoroso corazón cuando, sin ser vista, entra en el terrero vestida de luchador, pide lucha, reta a Felipillo, da ágil y soberbia chascona y consigue derribarle dejando pasmados a los congregados en la era-alta.

Resonaron palmas y ajijides y en medio del contento, de la algarabía, la moza quita su disfraz y vuelve a colocarse en el corro, con la mayor naturalidad que le era dable, y sin notar su ausencia por ningún concepto, aprovechando el momento de que la estrella de la noche ocultaba su luz tras de un negruzco pompón de nubes.

¿Y quién será ese mozo fornido y cómo se llamaba? –se preguntaba el “del Roque” y cuantos allí atónitos estaban por saberlo.
El luchador había desaparecido –se decían–. ¿Dónde está el hombre de esta noche? –interrogaban los más–; y mientras se gritaba y se aplaudía, el caído se desliza por el camino y abrazado de Felipillo, también caído, ambos en pos siguieron y sin valvucear frase alguna durante su marcha a…
–¿Quién será? –dice cho Luis.
–¿Quién sería? –pregunta cho Pancho.

III

En la era-alta ya había terminado la luchada. Mozos y mozas, altos o bajos, medianos en edad o viejos rechochos, fueron poco a poco retirándose, cada cual a su choza.

¿Quién sería el mozo que tumbó a Florencio, y el otro, el mejor, el que de una chascona se cargó a Felipillo? Esto y con babitud se interrogan los unos a los otros y sin poder averiguar el enigma en que permaneciera envuelto el misterioso suceso…
Pero… llegó el nuevo día y presentóse Florencio al trabajo más madrugador que de costumbre. Cho Pancho notó que el corrido no estaba en caja; cho Luis, que ni siquiera le miraban Elvira, Josefa y Petrilla…  Cuando de pronto, una mujerona, más alta que un pino y aprovechando que el rancho estuviese reunido, colérica, se presenta y dice:
“Ahí tienen ustedes al cobarde de anoche!!… De nada le han valido sus fuerzas, de nada le sirvieron sus mañas!!…  ¡El que le llaman “el del Roque”, no es mago, ni sabe maguearse…  Magos como éste no merecen que las mujeres le quieran!… Mientras esto sucedía, la maga reprochadora le entregaba a su novio unas enaguas, de revés y derecho, improperándole así:
Como no eres mago, no te quiero y por hoy, puedes vestir con lo que  me ha sobrado desde anoche. Pregúntaselo a Felipe, que es tan cobarde como tú.

Epílogo

La novia de Florencio, La Lucharona, murió soltera en Arico, en Miloo, y conocida por este apelativo, y él, el pobre corrido, en América, víctima de un continuo luchar por la existencia y pensando en su desgracia.

EL BARÓN DE IMOBACH.
Puerto de la Cruz Agosto de 1930.

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