Un viaje en tranvía

Días pasados tuve que trasladarme con toda urgencia a La Laguna. Un tanto desesperado por lo apremiante del caso, traté de tomar el autobús, puesto que el viaje por este conducto se hace muchísimo más breve, pero ante la nutrida «cola» que circundaba la plazoleta del Hospital Militar, lugar donde radica la «moderna y acogedora» estación que tiene instalada la activa Empresa de Transportes de Tenerife, me vi obligado a encaminarme a la del tranvía, radicante en otra plaza: la de Weyler.

Después de una larga e inquietante espera, me encaramé con muchos sacrificios en el interior de uno de estos vehículos. El viaje fue algo  terrible. Mis doloridos callos tuvieron que soportar el repiqueteo de duros pisotones propinados por los sufridos y hacinados viajeros. Cada sacudida estrepitosa y violenta del cochecito, traía consigo la consabida avalancha, que parecía volcarse totalmente sobre mis débiles espaldas. Un pobre anciano,evitando ser transformado en una pelota de rugby, optó por engarzarse tan fuertemente de mi zurcida americana, que, al doblar el vehículo la curva de «Gracia», me arrancó de «cuajo» el bolsillo derecho de la misma.

Entre el machacoso roe-roe del anticuado transporte, los continuos y violentos empujones, y mis candorosos pies en plena erupción, llegamos a la Noble Ciudad de los Adelantados, como si se nos hubiera sometido al más cruel de los azotes del knut soviético.

Todos los viajeros abandonamos el vehículo con la mayor satisfacción. Aquel anciano de pura cepa isleña vino hacia mí sollozando amargamente para hacerme entrega del bolsillo que aun conservaba. El pobre viejo había perdido también a su más apreciable compañera: su vetusta «cachimba», que según nos dijo llevaba a su lado un cuarto de siglo. El difícil trance del noble campesino me llevó hacia un estanco, donde le adquirí una elegante pipa que me costó la friolera de veinticinco pesetas.

Hasta este momento no supe del gran placer que se experimenta al viajar en esos vehículos amparados por el trole. Cada hombre es un mundo, y cada viajero toma el medio de transporte que más le agrada. Yo, y aunque el viaje me salió un poquillo caro, puedo asegurar que en el futuro lo haré en ese maravilloso tranvía, que tan deliciosamente se desliza sobre la vía, pudiéndose apreciar de cerca el magnífico paisaje de Santa Cruz-Laguna.

JOBETHEN

Esta anécdota aparece publicada en el libro de Rafael Cedrés que puedes descargar en su página web http://www.cedres.info/2013/07/el-antiguo-tranvia-de-tenerife.html. En breve indicaremos donde se puede adquirir en papel, el dinero de la venta será donado a una ONG.

El antíguo tranvía de Tenerife
El antíguo tranvía de Tenerife

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