La Chiripa

Al periodista inglés Mr. Alejandro Johnston, en señal de afecto.

Caminante: Pasado El Pardo, si entráis en El Robado, pronto contemplaréis…

En las cimas, las nieves, donde posan las nubes, tibiamente el sol licuándoles vá.

¡Que hermoso panorama! Rápidas desaparecen las nieves, y las aves, sobre frescos lechos húmedos y blandos, con apacible quietud, adueñadas por el profundo y solitario silencio ya indolentes, entonan acordes un himno de amor melancólico, cuyas cadencias! resuenan en los ámbitos del valle pintado de mil arreboles, del valle taorino.

La Chiripa
Casa en La Chiripa

¡Que honda emoción! Abajo, en la costa, fatigado el mar, lanza roncos suspiros salpicando las peñas muzgientes con hechiceras lágrimas.

Las aguas saladas, lucen en esmaltes de plata; lucen y se mueven, avanzando a las playas con rápido vuelo, para allí dormir. Sus finas arenas, son lechos, son cunas…

En La Montaña queda un rincón, queda un rinconcillo ceñido por torcidos caminos, y a su vera, carreteras anchas plantadas de arbustos, sembradas de árboles que le dan su gracia y sus aromas.

Luce por entre medio de tantos troncos, de tantas copas verdosas un largo palacio pintado de blanco, radiante de luz que da gloria el verle.

Caminante: Pasado El Pardo, si entráis en El Robado, pronto contemplaréis…

I

Antes, hace años, algunos años, la casucha peregrina era de cuatro paredes negruzcas; ella era la choza gentil del «Colono juicioso>, enclavada en El Robado alto, penumbrosa y adusta con su puertecilla chata y risueña, mirando siempre al mar, al dilatado Oceano.

Una ventanilla estrecha y sin cristales tenia mal puesta al naciente, que, por costumbre el sol y la luna le iluminaban entrando juguetones sus rayos fulgentes por entre las rendijas del tablero entreabierto que apenas al hueco cerraba.

Después, pasado más tiempo, por compra del terrenillo y choza, ésta fué demolida; y la agreste cabaña tomó otro aspecto, perdió el peculiar estilo arquitectónico que tenía y que tanto le agraciaba.

La cabaña solitaria del Robado alto, al pasar a otro dueño, al ser demolida, al ser otra que lo que fué, finalizó su vida agreste, cumplió su destino.

Es verdad que en ella el vivir campesino se hizo con más holgura, con menos estrechez que antes.

Dentro y fuera de la nueva techumbre, el medianero y su gente disfrutaron de algo bueno; disfrutaron, gozaron por algunos meses de lo que jamás habían soñado en su vida.

Junto a la casa nueva, habían largos corrales para las bacadas y otros animaluchos, amplios y limpios; tenia buena cocina con alto fogón propio para tostar y en el fondo, el pajero, repleto de secos rastrojos y chamizos que servían para hacer las camadas a los gordos brutos.

En el fondo del recinto, lucía hermoso cuarto con largo camastro matrimonial, de columnas torneadas en forma salomónica y sitialera de colgadura sin ellas. Cerca de éste, tres o cuatro catrecillos de viento para los muchachos estirarse. Todo allí cabía bien, muy bien cabía todo; allí cabía la propia gloria.

La salita, era una monada, parecía una tacita de plata delicadamente bruñida.

En las paredes blanquecinas, lucían colgados cuadros con coronas de asuntos religiosos; en las esquinas, mesas rinconeras, pintadas de ocre rojo, llenas de chucherías sus barnizadas tapas; al centro, en el medio, la mesa grandona que servía solamente para la hora del yantar.[1]

Una verde destiladera a un lado, un bazar con loza vasta y de dibujos repleta y media docena de sillas del país [2], componía todo aquel menaje familiar.

Pero pasada a otras manos la casucha y terreno, su dueño se empeñó, como inglés y rico, en que el medianero dejase aquel paraíso. Con gran pesar el labriego obedeció y, a pocos meses, se embarcaba con rumbo a «la perla de las Antillas», acompañado de su numerosa familia, llevándose consigo un buen talego de pesetas que el amo le había entregado como premio de su honradez y obediencia.

II

En lejanas tierras, allá en «Cuba la hermosa», el medianero del Robado alto vivía regular, vivía – según por sus cartas se traslucía – , muy bien, aunque la nostalgia que sentía por la casucha, le visitaba a diario su alma, llenándole de tedio, de pesar imborrable…

Y pasaron los meses, y corrieron los años, sin volverse a saber dónde y cómo el medianero se encontraba; pero un día. día feliz, se nos presentó nuestro hombre, nos contó su historia y nos dejó escrito de su puño y letra un relato en verso que parece ser el origen de dónde tomó el nombre la singular quinta de recreo conocida hoy por La Chiripa [3]. Ello es de esta guisa:

El Inglés del Risco Dioro
Más rico que el coronel.
No apetece otro tesoro
Que terrenos por jacer.

Como abajo de su casa
Tiene D. Ángel un trozo,
[4]
Encargó de jacer la tasa
A un medidor muy famoso.

El jinglés se aprisuró
Antes de marchar pa Londres
Y algún dinero ofrició
Jevitando se lo compren.

Pero D. Ángel se niega[5]
A venderle »El Malpéis»,
Quiere ver si se la pega
Quiere trincar al jinglés.

Por fin los pidregullares [6]
Al jingles fueron cedidos.
Pasando de cien mil ríales
La venta, notario y liyos.

Al leerse el instrumento
Dijo el jingles: Mi ya dicha
compra ser Philpot momento;
Mas, don Ángel se anticipa
Y finge jacer protesta
Añadiendo: No se explica
ser filfa la venta, esto
Es prima, y de Chiripa
[7]

III

En las cimas, las nieves, donde posan las nubes, tibiamente el sol licuándoles va.

Y estamos frente por frente al palacio de La Chiripa. Encerrado, envuelto en un paisaje fragoso se halla; mirando al mar, mirando a la lejana cumbre, altanera y pintada de blanco, lo contemplamos con admiración por lo bella, por lo original… Así lo es el palacio, él así lo es.

Cielo, cumbre y mar le adornan a esta vivienda encantadora, a este hogar propiedad de un honorable y risueño matrimonio inglés, rico y feliz. Nada le falte.

Hállase ella enclavada en El Robado alto, sobre piara de piedras requemadas por el fuego que un día brotara del gigantesco Teide, cuando, furioso, quiso hacer de las suyas, quiso purificar los Estados menceyales, un tanto corrompidos por la maleza del Guayóte que lo invadía todo con saña Infernal.

Sírvele a «la Casa blanca», a «la paloma nevada», de baluarte; a un lado, el Gran Hotel Taoro con sus deliciosos jardines; más arriba de las suertes labradas ya sobre el callejón divisorio de remolinos y curvas formado, todo ese serpenteado predio volcánico que descubre, los castilletes del chalet mimoso del Risco de Oro, llenos de miradores con aleros granates y tejadillos graciosos, bien tupidos de enredaderas floridas.

Préstanle sombras sanas, pictóricos claros- oscuros derramados de los cercanos solares, del Risco de Oro y Robado bajo, donde se alzan ios palacios de las pertenencias de los señores Machado y coronel Wetherd, ambos preñados de remembranzas, de dulces idilios…

Y la nivida casa del honorable caballero señor Denny, que en la plenitud del día y en las caricias de la noche, brilla como un luminoso faro, se le ve entrar, y ella, con peregrina gracia, les recibe todo el regalo enviado por la creadora natura extasiándose o vistiéndose con tantas galas.

Jamás artista nacido, jamás, pudo soñar o imaginarle grandiosidad como la que pesa sobre el predio ya descrito e ingenuamente mentado La Chiripa.

Este nombre, este mote para nos. Será el que por siempre confirmará el mejor timbre de gloria a la casona blanca en sus veladas y plácidas bienandanzas de luz y poesía.

El palacio nívido, el palacio blanco, es  La Casualidad…

Francisco Pedro Montes de Oca y García – 15 de marzo de 1923

 

  1. Por lo general estas mesas, son fabricadas con tapas enterizas y de madera de barbuzano.
  2. Las sillas que en Tenerife se construyen mejor, lo son en la Victoria de Acentejo, hechas del corazón de los brezos que nacen en los montes.
  3. Léase «La Casualidad»,que, según el Diccionario de la Lengua, quiere significar la misma palabra chiripa.
  4. Doña Rosario Domínguez Ballester, esposa de don Ángel Blardony y Garrido, obtuvo la casa y terreno que fué de su padre don Juan Pedro Dominguez,por escritura de partición protocolada oon fecha 26 de Noviembre da 1883 ante el notario de este Puerto don Agustín Delgado y Garcia, en El Robado alto.
  5. El don Ángel, como representante de su esposa, doña Rosario, vendió el terreno y casa a Mr. E. Campbell Philpot por documentó celebrado en este Puerto ante el propio notario Delgado García en 27 de Octubre de 1897.
  6. Muerto dicho Philpot, su hija y única heredera, Miss. Henrieta Florence Isidora, enajenó la casa fabricada de nuevo y el terreno, al coronel Inglés Owen Peet Wetherd, quien hizo en ella algunas mejoras importantes.
  7. Por defunción del citado coronel Wetherd, sus herederos traspasaron la finca y casa llamada ya «La Chiripa», al honorable señor don Antonio Noel Denny, según documento otorgado ante el notario de la Orotava don José Romero de Castro, en 6 de Septiembre de 1920.
  8. Éste señor Denny, es el actual peseedor de la finca y palacio de La Chiripa, reedificado sobre los mismos cimientos de la primitiva casa que poseyó doña Rosario Domínguez Ballester.

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