Cómo podría convivir el pequeño comercio con las grandes y medianas superficies.

Hace años, cuando empezaron las grandes superficies comerciales a implantarse en Tenerife y en él tiendas fundamentalmente multinacionales en detrimento del pequeño comercio, la pequeña y mediana empresa (conocida también por el acrónimo pyme) no supo o no pudo prever las graves consecuencias que se avecinaban al no encontrar fórmulas efectivas, pues las estrategias de futuro que se hayan trazado para hacer frente al arrollador fenómeno comercial poco o nada han frenado su capacidad arrolladora de expansión en un espacio limitado por la condición de isla, ya que, como es perceptible, mientras Goliat sigue ganando terreno, David se repliega ante el menor rendimiento económico de su negocio, abocado a la extinción; lo que incita con inquietud a la creatividad de eficaces proyectos, planes e ideas para, con la reconversión del pequeño comercio tradicional, hacer viable la existencia de unos y otros sin el exterminio del más débil pero, en su conjunto, actividad de estos últimos que asume un mayor índice de empleo.

El público, en general, tiene una idea de lo que es una gran superficie comercial. Por las visitas y utilización de la misma, la mayoría conoce sus ventajas y desventajas. Pero, realmente, ¿qué es una gran superficie? Para el usuario, que no tiene por qué conocer su complejidad, es una infraestructura casi siempre financiada con capital extranjero, que se construye con parabienes y facilidades de las administraciones públicas y en las afueras de sus municipios, no precisamente de fácil acceso, al que se llega con vehículo privado o transporte público y en medio de un caos circulatorio que afecta al medio ambiente. El edificio que alberga el centro comercial suele ser de arquitectura monstruosa y espacio limitado bajo una techumbre inmensa y cerrada que nos aísla del exterior, y donde aparecen calles simuladas de gran artificialidad, ambientes climatizados, con una mayor superficie destinada al hipermercado y el resto masificado por una sucesión de tiendas y zonas de ocio, restaurantes y bares, cine, etc., servicios que suelen utilizarse en mayor o menor medida pero que unido al coste del traslado va a incidir en el encarecimiento de la compra.

Pues bien, ciñéndome concretamente al pequeño comercio del Puerto de la Cruz (aunque válido para cualquier otro espacio isleño) que, como el de todo el Valle de La Orotava, sufre la influencia de más de una gran superficie en el mismo corazón de la comarca, así como de otras cadenas de supermercados, también, en su mayoría de capital extranjero, voy a plantear un supuesto para la ciudad turística del Puerto, que, sin ser la panacea podría ser la recuperación del pequeño comercio, siempre que los propios comerciantes, asociaciones del ramo y vecinos de la zona, políticos, administraciones locales, autonómicas y estatales, debidamente gestionados, se impliquen y estén dispuestos a colaborar estrechamente. Soy consciente de las dificultades financieras y otros graves añadidos provocados por la crisis que sufrimos, pero en momentos así el ingenio se agudiza.

Es evidente que si los consumidores se trasladan a zonas de extrarradio a realizar sus compras, es que en su lugar de residencia no encuentran los productos que buscan en la variedad, calidad y precios deseados. ¿Por qué? Pues porque se viene arrastrando una política comercial individualizada y trasnochada, ya que el comercio, concretamente el portuense, aparece enfocado exclusivamente al turismo, despreocupándose de las necesidades de consumo de la población interna. Porque los establecimientos no se han especializado ni diversificado en cuanto a la variedad de actividades por haber caído en la rutina incluso de copiar reiteradamente cualquier novedosa actividad haciendo infructuosa la misma. Y porque la mayoría de los pequeños negocios necesitan de una renovación total, tanto de puertas afuera como de puertas adentro: fachada y huecos permanentemente adecentados, toldos y letreros severamente regulados sin deterioros, necesidad de ornamentación vegetal a pie de puerta, imprescindible y confortable distribución del espacio útil del local, mobiliario y decoración interior y escaparates con reclamo constantes, adaptación y uso de las tecnologías al servicio del comercio y el cliente, mayor profesionalidad del personal, porque si la calidad y el precio es primordial, la atención personal al cliente, particularmente, en los pequeños negocios, sigue siendo fundamental, y mucho más si se quiere contar con un conjunto de negocios capaces de hacer frente a la descomunal competencia de esos “gigantes” establecimientos que han invadido incluso en algunos casos ilegalmente nuestro especio territorial.

Pero eso es insuficiente. Mi propuesta es que, a modo de ensayo, un sector importante del núcleo de la ciudad portuense podría abarcar, por su regularidad orográfica y su densa configuración urbanística y demográfica, un ámbito espacial de gran actividad económica, social, administrativa, política, religiosa, de ocio, etc. como es la que se encuentra entre los siguientes límites: por el mar, muelle incluido; por el Sur, con la calle de Cupido y Valois, y desde la plaza del Charco de Oeste a Este, hasta las calles de Zamora y Santo Domingo. Ahí se puede crear ¿por qué no?, a imagen y semejanza de gran superficie, pero al aire libre, bajo cielo raso, un magnífico centro abierto con los recursos actuales. Lo que se pretende es que los pequeños comerciantes sean solidarios y se adapten a los tiempos que corren con buenos proyectos con el convencimiento de que hay que luchar y defender sus negocios, porque aún se está a tiempo, a pesar de la crítica situación por la que atraviesa el mundo laboral y económico. ¿Cómo? Pues, una vez censado el número de establecimientos y de actividades que desarrollan en dicho marco, hay que determinar los que sobran y faltan, creando en las vacantes resultantes aquéllas con lo que demanda el público. Para ello hay que contar con los poderes y asesoramiento de las asociaciones representativas, administraciones públicas y entidades financieras, porque, además del ordenamiento comercial, está el de la red viaria. Las calles que comprenden este supuesto no sólo se llenarían de comercios sino del mayor equipamiento con que nunca podrá contar una gran superficie cerrada, como son plazas y jardines públicos, edificios religiosos, civiles y administrativos, mar, puerto pesquero, supermercados, restaurantes, bares, terrazas, cines, pubs, espectáculos y entretenimientos, ocio y diversión, vida nocturna, etc. y trato personalizado de lo que carecen las grandes superficies. Las arterias públicas se hacen interesantes porque cobran mayor vitalidad y son lugar de paseo y de encuentro social cuando se llenan de sugestivas y variadas tiendas como la mejor y más amplia oferta comercial. Se tornan más seguras y acogedoras, confortables y atractivas; por lo que es indispensable que sus calzadas y aceras permanezcan expeditas y limpias, provistas de adecuada iluminación, cuidada decoración vegetal y floral y vigilancia policial, además de informadores y paneles indicativos de la ubicación y especialidades de los comercios.

El que haya tenido la paciencia de leerme hasta aquí estará pensando ¿y el aparcamiento? Bueno, también creo que podría paliarse en principio con el existente en la explanada del muelle, si bien otro lugar idóneo sería el solar junto a la escalinata del paseo Las Damas, mediante un edificio subterráneo-aéreo.

Sé que es tarea dura, pero no imposible. El Puerto de la Cruz y su pequeño comercio tradicional totalmente renovado tienen futuro si se toman medidas coordinadas y consensuadas encaminadas a convivir con las grandes superficies. A grandes males, grandes esfuerzos y remedios. Pero siempre en todo momento de dificultades hay un camino o una puerta que se abre, porque lo que no se puede seguir permitiendo es que en una gran proporción se sigan cerrando establecimientos sin buscar soluciones. ¡Que haya voluntad e interés!

 

MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ

 

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