El Robado

Tradición Portuense

Para el presbítero don Manuel Díaz Pacheco,
conocedor del sitio del que trata este relato.

Casa del Robado
Casa situada en el Robado.

Aún conservo en mi memoria esta frase:

“En Cuaco hay brevas”, “brevas hay en Cuaco”,  la que, dicha de una a otra forma, fué oída siendo niño de labios que jamás mintieron (1) y la que, más tarde, vino a satisfacer mi curiosidad, en explicación categórica hecha con pelos y señales por la vieja medianera de Malpeis Alto, una tal cha Cecilia Amador, persona que sabía el por qué de ella, y aplicarle, si era menester, cuando llegase el caso.

Y parece ser, que allá en los años que anduvo por el mundo, mejor dicho, que durante los soles que tuvo de vida “Tía María Castaña” cuidaba de todo el Malpeis de Cuaco o Monte Miseria hasta el Callejón del Risco de Oro, en que termina el “Volcán de la Corte”, un labriego, hombre recio al trabajo, muy madrugador y de un genio tan grande, que jamás se le vio con nadie chanciar ni menos por gusto arrearse. Este labriego se llamaba cho Patricio. Así le contaron a cha Cecilia sus abuelos, cuyo relato es como sigue:

I

“Como todo terreno de vulcán. Este lo fué de piedra riquemada e indino, tan pior, que poco se podía aprovechar de él para sembradura, por lo que cho Patricio habló con el amo que era un caballeo mayurajista muy felicoso (2) y consiguió el permiso necesario para soribarlo.

A los pocos meses, metió mano, arrancó infinidad de cardones y tabaibas, plantando en su lugar gran número de puyas de higueras, a las que diariamente atendía con esmerada solicitud. A su tiempo, de aquellas puyas se formaron árboles y estos dieron abundantes frutos, por lo que el cho Patricio no perdía momento en sitio ni lugar, que, públicamente, dejase de ponderarías brevas de Cuaco, que habían nacido tan grandes como/ jormas y de un saborcito a almibarado malacotón palmero.

Pero… el diantre, que siempre mete la pata en todo lo güeno, hizo que la fama de las brevas llegase a oídos de cierta clase de sarapicos (así llamaban a los estudiantes en aquella época) y estos, previo acuerdo, determinaron darle durante aquel verano la batida a las brevas celebradas por mismo cultivador.

El pobre cho Patricio, mientras quedaba un solo fruto en las higuera no dormía. Corre que baja, corre que sube, grita aquí y amenazaba allá, de esta positura se las pasaba de noche y día el cho Patricio; era un aperriado, era un desgraciado –  ¡así lo semos tuitos los que atendemos a las malditas medianeriyas! – hasta que, afatigado, se risolvió dar parte al justicia y su amo, con el fin de que currigiesen las malegnidades acometidas por aquella mala pandilla,  y ansina se pudiese atajar el no llevarse las pocas brevas que en las gajadas  aun quedaban.

El alcalde del pueblo, que hacía de justicia, parece que amonestó reciamente a los saltiadores y robones de brevas, y el amo de cho Patricio, de seguro, le aconsejaría que si aquellos volvían a su finca, les diese un buen susto, un gran escarmiento; lo cierto fué que el viejo, envalentonado con la ritremenda del justicia y consejo del dueño de las tierras, cargó hasta la boca un largo fosil de dos cañones, atacóle de papeles y granada resalga  y ¡armas al hombro! esperó que al cerrarse la noche llegaran a los posaderos la bandada de sarapicos, para poderlos ahuyentar.

Y así sucedió. El enjambre de muchachos allegaron y el susto que produjo el primer disparo de arma entre ellos, lo fué de «padre y muy señor mío». Estos «nos vieron tierra por adonde juir»; corrieron despavoridos y saltando de uno a otro matorral como bayfos se jicieron una camalidades.

Muchos de los sarapicos, casi pierden el Pico de vista; sus gorras, sus sombreros, sus cachorras volaron para no encontrarse jamás; otros dejaron entre los retoños de las gajadas de los árboles, sus pantalones, sus medias, sus «amarras y algunos si tomaron casa, lo fué de una manera milagrosa.

Los menos magullados, arrastraron a sus compañeros hasta el callejón próximo para evitarla no cayesen en la apresa del cho Patricio, y a duras penas consiguieron bajarles a la pela con las piernas y brazos desconchabados y jechos unos penitentes. Sus caras rasjusñadas y bañadas en sangre como un Ise Homo formaba reguero copioso por do quier.

Este suceso dió que decir en el pueblo, cuyos habitantest, en su mayoría, desde luego, se pronunciaron en favor del cho Patricio, pero algunas discusiones suscitadas  llegaron a tal altura, que hubo menester de la imprescindible intervención del señor cura párroco para poder aplacar un tanto los ánimos alterados de los elementos disconformes y partidarios de los sarapicos que yacían en sus hechaduras como si fuese en la época de la muda “

II

“Pasó todo el mes de Agosto y entró Septiembre, sin que los sarapicos sanasen de sus herida y se les viesen pulular por las calles y plazas. Sus reuniones en «El Montullo» – que era el lugar donde celebraban las sesiones secretas – , aún permanecía desierto, solitario…

Tal o cual estudiante salía a tomar aire marino o recorría los sitios más ocultos de la población, llevando en  su semblante el marcado sello de la culpabilidad y siempre con la mirada sospechosa, con la inquietud de aquel que, por haber hecha un daño no goza de tranquilidad absoluta y teme ser castigado, siente ser vigilado…”

La musa popular ya había patentizado el hecho. Con todo el sabor y color, fueron lanzadas al viento algunas coplas de las que hoy recordamos las siguientes:

Como en Cuaco ya no hay brevas,
La gente de la Ranilla
Come uvas, como peras
Y muele el gofio en la Villa.
Muchachos, tener cuidado
No subáis al Malpaís
Que Cho Patricio, «El Robado»,
Ha cargado su fucil.
Ni el cañón de Santa Bárbara
Con tanto daleve ejercicio,
Pudo hacer blanco en el agua
Como en Cuaco Cho Patricio.

Y termina el relato Cha Cecilia, en forma pausada y de manera sotil, con sorma…

“Por fin ganaron de sus magullamientos los pájaros o saltiadores” y el labriego, que a diario bajaba a la población a hacer sus compras, frecuentemente era amenazado; otras, improperado y las más, atormentado con infernales griterías en las que le decían: ¡EI Robado…! ¡El Robado…! ¡Muera El Robado! a lo que con sarcástica sonrisa contestaba por defensa: «En Cuaco hay brevas», «brevas hay en Cuaco», y señalando con su vara reluciente y atachonada hacia el «Monte Miseria”, añadía: Subid alla…, id alli si las queréis aprobar (3). Ellas, ya deben estar más que pasaditas.

Francisco P. Montes de Oca García.

Cronista titular del Puerto de la Cruz.

Marzo de 1923.

(1) Don Wenceslao Luis Delgado, distinguido patricio y alcalde que fué de esta población.
(2) El primer Sr. marqués de la Candia.
(3) Esta finca, fué dividida en varios trozos; uno de ellos perteneció a don Juan Pedro  Dominguez; otro, a doña Micaela de Jesús, otro a don Carlos Emith y el mayor, lo vendieron los herederos del dicho marqués, al Sr. coronel inglés Owem Peel Wetherd,  por escritura celebrada en la Orotava ante el notario don Vicente Martínez de la Peña y Real, en 6 de Junio de 1892.

4 comentarios en «El Robado»

  • el 24/06/2012 a las 11:27 pm
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    Hay personas que piensan que el nombre de Cuaco era una tribu aborigen guanche, o que así llamaban al barranco de Martiánez. Lo que sí parece plausible es que llamaran Cuaco al monte miseria, que era básicamente un malpaís. Por la palabra Cuaco sólo he encontrado el término mexicano que significa caballo.

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    • el 25/06/2012 a las 12:11 am
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      Recuerda que él como archivero del Puerto tuvo acceso a muchos documentos que se perdieron en el incendio. A parte de que la tradición oral es muy importante en estos casos.

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  • el 25/06/2012 a las 12:20 am
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    El consigna en otro artículo, El salto del Capitán, que era el apelativo de una tribu que habitaba por la zona del monte Miserias, antes y después de la conquista. Por lo que esta tribu pudo dar nombre a la zona y el barranco y no es incompatible una cosa con otra, aunque el origen esté en la tribu.

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