La de los ojos de oro…

Cerina le nombran. No nació en Tanagra (Beoda), ni es poetisa como lo fue aquella  de quien nos habla Pausanías (1).

No es la Corina a quien Pindaro enseñara los primeros rudimentos del arte poético, guiándole, hasta llegar a competir con los más famosos cantores de su tiempo, no. Corina la niñera, Corina la de los ojos de oro la que, a los llorones infantititos hace acallar en la playa de las arenas negras, es una divinidad, es muy hermosa y muy angelical para servir de modelo a un genial artista, para creadora de otro sin igual cuadro pictórico que venga a representar a su tocaya e inspirada vate en el solemnísimo momento de ceñirse a su frente la triunfal cinta ganada en el Parnaso.

Esta Corina, tiende con cariño miradas maternales a los enfermitos niños, y sin ser madre, sabe agasajarlos, sabe darles consuelo, atraerles a su regaso…

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La joven de los ojos de oro, vió su luz primera ha veinte Abriles en Tejina la bella, de bellezas femeninas repleta. Allí nació Corina la niñera, allí se meció su natalicio, allí tiene su casita blanca, a la que ella quiere mucho.

El albergue de la tejinera, es pobre y sencillo; su guarida patriarcal es para si, un edén, un algo como su misma vida, por quien siempre suspira. La choza de Corina, le recuerda los tiempos mejores de su edad juvenil, de su libertad campestre y de todo lo que fué en días más felices quelos presentes.

Posee la niñera de los ojos de oro, un gran factor en su cara, destellante, sugestivo y magnético. Posee un tesoro.

Unos ojos de oro como los de Cerina y de miradas cariñosísimas, son luceros secadores de lagrimitas dulces, de perlas que mojan las pupilas de seres inofensivos, de seres llorones, pero de llantos tiernos e inocentes…

***

El traje original de la tejinera, todas las mañanas está bordado de gotas de rocío, de cuentecillaB melosas, que los niños derraman sobre de él; y tantas cuentecitas plata, y tantas lágrimas preciadas, las seca instantáneamente Corina con sus ojos de oro. Si.

Los matinales destellos de los ojos de la niñera que va a la playa muy a diario, son elocuentes, caritativos y afortunados; son ráfagas determinadoras de lloro y de un valor incalculable, inapreciable…

La vista de Corina es mágica. ¡Impresiona a las límpidas almas de los playerinos llorones de cuerpos enfermos!

Al llorar antes sus ojos, al vertir lágrimas ante ellos, resuelto queda el agotamiento en los de la niña y surte más efectos,  de que ésta les tienda sus lumínicos fulgores, que la nodriza les entone el «Cantar de Cuna», que la mamá les recuerde el «negro coco» para acallarles o que el papaito, que en Reyes les comprare juguetes, narrase a la ligera el antiguo cuento del Conquistador feroche llamado el Tuerto (2) infundiéndoles miedo, atemorizándoles, entristeciéndoles…

***

«La de los ojos de oro…,» ¡No sabe, el acaudalado papá de los infantitos enfermos lo que tiene en su casa! Digo mal; el ricachón señor que veranea en la playa de las arenas negras, padre de los preciocísimos niños de color de cera y que reciban las sanas brisas del mar salado, no ha podido designar mejor chitón para enmudecer el llorar de sus pedazos de corazón, que a la ideal Corina, a la joven tejinera, a la niñera hermosa y de traje original, quién solícita le sirve – aunque  asalariada —, de talismán precioso por tener los ojos que posee, los ojos de oro que secan lágrimas a diario.

Con unos ojos como los de Corina no hay niño que llore ni llanto que brote. Y ya un poeta enfermo lo dijo todo en cierta
ocasión:
«Niños tristes: A la arena playera
no vayáis a llorar,
que allí la ideal tejinera
os hará acallar.»

***

No solo a la niñez hace Corina, por medio de los centellantes reflejos de su vista envidiada, retener llantos y secar  lagrimitas, no; también hay en la playa, madrugadores bañistas, que han querido llorar y al fijar sus ojos en lo de oro de la niñera — ¡críticos momentos! —, sollozando, se introducen en las aguas para apagar el fuego que les manda aquellos luceritos alumbradores que no matan, pero parecen quererles quemar, quererles consumir…

El valer en el oficio de niñera está en poseer unos ojos de Oro; en la tejinera Corina, son ejemplares y serán siempre un tesoro envidiado.

Ellos encierran todo un poema, ellos valen todo lo que son.

El Barón de IMOBACH.
Septiembre, 1922.

(1) Aldo Manuelo, «El Itinerario», (Venecia, 1516)
(2) Pedro Benitez, primo del Adelantado
Mayor de Tenerife Y San Miguel de la Palma, don Alonso Fernández de Lugo, muerto a manos de los moros en Berbería.

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