El zurrónImobachMaguas

Canción de cuna

Permítame admirada amiga, la señora doña María Zerolo de González Gamargo,
en aceptar estas pomas literarias y genuinamente históricas, que le dedica su
autor, como signo de homenaje a las santas virtudes de que está dotada.

Hay para mi, y le conservo en el alma, un supremo encanto, un recuerdo de dulce envelezo, de clara pureza, que me hace volver a la nueva vida, a pesar de que, de niño, forjara una primavera de color de rosa, la que, poco a poco y como ensueño infantil, se fuése deshojando ilusoriamente.

Ese recuerdo perdura, subsiste, no ha muerto.

He llegado a mi otoño y el candor de aquella sonrisa me conmueve grandemente, elocuentemente…

Inmensa alegría, floreciente primavera, renaciente otoñal, en el que la lírica armonía de una boca perlada, de una boca maternal, blanca, fresca y de áureos perfumes embalzamada, parece acercarse a la mía.

Ni los poetas tejiendo sonetos y madrigales, con sus rimas cadenciosas la igualan a aquella, sí, a aquella «Canción de Cuna» que, henchido de emoción, el númen de la que me dio el ser, mi vieja, mi madre, nimbara con su argentina garganta.

La edad del beso y de las caricias, hoy viene a mí, y viene pura y fresca de inocencia, cuajada de infinitas melodías.

Ella es consuelo, ella es dicha…, ella es todo un amor maternal…

A veces, le preguntaba enternecido a mi vieja: -¿Madre, y quién te enseñó a cantar esa hermosa canción? Y ella suspirando me contestaba: —Qué, te agrada, hijo mío; pues,… ella, ella, es la misma que me cantaba tu abuelita…(1)

-Es el indígeno «arrorró» (2), el campestre canto con que las madres hacen adormecer a los inocentes, a los niños, a los pequeñuelos llorones, a sus chiquillos de pecho…(3)

-¿No oyes?- me dice -, como no hay quien acalle a tu hermanito? ¡Qué impertinente está!; pues ahora, ahora verás.

Y comienza a dar columpios acompasados a la cuna del «nene», y a boca cenada, en suave adagio, pero lángido, con honor de introducción y murmulleando, hacer salir de su garganta el lamento adormecedor de…

«¡Ah…, ah…, ah…, ahaahá…!»

para luego, seguidamente, cantar:

«Arrorró» mi amor chiquito
No llores que viene el «Coco»
Que se llevará prontito
Los «nenes» que duermen poco.»
«¡Ah…, ah…, ah…, ahaahá…!»

***

La negra parca entró en hora memorable por las puertas del hogar de mi natalicio y, el autor de mis días, dejando la materia en este mísero suelo, su espíritu, le dio al Creador; su alma justa subió a «lo Alto».

Pobre y viuda mi madre, ella nos cobijó bajo su santo regazo «a todos»,- como la bíblica paloma a sus hijuelos – , dándonos calor, vida; mi vieja, adolecida por su constante sufrir, instóme en hora venturosa, a tomar compañera – dechado de mansedumbre y cristiana a toda prueba – y de la Casona, con este nuevo ángel y en nombre de Dios, poco a poco fué despejándose la congoja que le envolvía, que le agobiaba

Entró en buen hora la dicha, cesó el llanto, terminó el infortunio… Luego, vino un hijo, otro, más y muchos; nadie había nacido enfermo, nadie se aquejaba, nadie fungía el rostro en el espejo de las tristezas. Todo radiaba en alegría; – dadibosa gracia del Cielo nos había caído como maná sobre nuestro hogar.

Pero… una noche,… ¡Qué noche aquélla! ¡No lo quiero recordar!; una noche, mi vieja, oyó llorar a mi idolatrada «Lala»; parece que un algo en su cuerpecito alabastrino le dolía; en aquella noche, no quedó remedio que aplicarle de medicina casera (cocimientos de hierbajos), – de esos de que se valian las madres de antaño para conseguir el saneamiento de sus hijos – , y todo fue inútil; mi «Lala», la enfermita Candelaria, la princesita más bella que en tierra; nivarienses, que en tierras de «guanches» ha nacido, seguía llorando y más llorando. ¡La niña lloraba mucho!

¿Qué hacer? ¿Con qué acallarle?; nada, nada, – dijo mi madre con espíritu de visionaria – ; aplicarle la mágica tonada, y comenzó a tararear…

«¡Ah.,., ah…, ah,.., ahaahá…!»

Movió suavemente con sus pies la cuna y continuó:

«Cállate princesa amada
Que tu madre no está aquí
Ella fué a Misa rezada
Y muy pronto ha de venir»

– Ves, me dice; la «Lala» ya se ha dormido; – «Ah…. ah,,,, ah…, ahaahá,,,!»

– Ves qué pronto cesó su dolor, pues así, así mismo, yo te dormía, yo te cantaba, yo te besaba…

* * *

Y la edad del beso y de las caricias, hoy viene a mi, pura y fresca de inocencia, cuajada de una melodía infinita…

La edad del «arroró», revive en mi ser, a pesar de estar en el otoñal de la vida, deshojado de toda ilusión.

Y vivirá por siempre, por siempre jamás,.. ,sempiternos…

Ese recuerdo supremo, ese…, es la «Canción de Cuna», ese…, es el «Canto maternal», el «¡A-rro-rró!»…

El barón de IMOBACH

Toscas de Barroso, Santa Úrsula, Marzo de 1933

(1) Falleció de edad bastante avanzada, y durante los años que convivió en nuestra compañía, nos refería añoranzas del pasado, «secretos de la raza», los que, como oro de ley, guardamos en el mejor joyero de apuntes estimables.
(2) A la tórtola, (turtus ácrltus), le denominan indistintamente los campesinos de Tenerife— «Arrullona» o del ‘Arrorró»—, tal vez, atendiendo a la modalidad do su canto.
(3) Sentimos en extremo no poder publicar aquí, y en nominada solfa, la melodía de esta música indígena, la que, en clave de «sol», tono de «mi» bemol mayor y el compás de 3/8, le conservamos. Ella es del sabor popular, negándole originalidad, por decirlo asi, al moderno «Arrorró».

¿Sería parecido a este arrorró?

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